El viento susurra canciones que hablan de hielos y témpanos zigzagueando entre corrientes marinas. Torrentes de agua apresuradas por arribar donde no las esperan, trasladando encapsulados a pasajeros absortos que disfrutan de recorridos sinuosos y vertiginosos, abundantes en derrapes contra quillas de barcos que trazan estelas sobre superficies de olas previsibles y domesticadas. Suaves ondulaciones sin principio ni fin, interrumpidas casualmente por islas solitarias, coronaciones de cadenas montañosas inmersas en las profundidades inaccesibles. Ojos de peces, cetáceos, crustáceos deleitándose con paisajes fuera de lo común. Maravillados con restos de naufragios, ruinas de civilizaciones desconocidas y habitadas por seres extravagantes.
Hay entre ladrillos agotados de arcilla un Isópodo gigante, de colores muy opacos, asustado por el paso de ese tren sin vías que recorre distancias sin medirlas, encerrado sobre sí mismo trata de mantenerse solitario. Círculo sobre círculo. Una pelota sin aspiraciones a que jueguen con ella trasladándola de arco a arco.
Entre lo que fue un pórtico altisonante, descansa azorado un dragón de mar, cabalgando en una pista ecuestre esquivando murallas que alguna vez protegieron a pobladores temerosos de hordas indisciplinadas. A diferencia de sus parientes terrestres muy lejanos, no permiten que ningún jinete monte a horcajadas de sus ancas. Pálidos y rutinarios se corren entre ellos y disputan carreras sin premios ni honores.
Hay más dragones, ocultos entre plantas, escondidos tras roces que a veces no son rocas o agazapados bajo raíces prófugas del suelo, adornando espacios con movimientos danzantes al compás de música interpretada por sirenas aburridas.
Y algunas de ellas practican surf subacuático. Llevadas por olas, esquivando corales, apenas sobre el suelo, espantando descuidados, aterrorizando a temerosos. Cantando en coros acuáticos, haciendo vibrar el agua. Lejos del influjo hipnotizante y narcótico que tienen sobre los oídos humanos en las profundidades sin motivo de alegría y diversión. Son amadas y mimadas por los demás.
Detrás de los restos de una construcción en forma de caracoles superpuestos, unidos sin fin hasta cubrir fronteras lejanas, más alta que las demás, se encuentra el leviatán. Condenado por la eternidad a ser ignorado por ojos humanos, a ser solo reliquia de arqueólogos de leyendas extraviadas, se retuerce entre paredes humeantes de polvo oceánico. Bestia sinuosa, creada para gobernar mares indómitos. De cuerpo espiralado, cuasi un dragón sin fuego que se apagaría tan solo al brotar, de 300 ojos para aterrorizar, de piel cubierta de escamas infranqueables.
Las canciones que hoy recorren la ciudad, hablan de estos reinos gélidos, inhóspitos, opulentos de frío, sonajeros de témpanos, abundantes en relatos de épocas glaciares que surgen de la noche de los tiempos, logrando que los huesos se estremezclan y se golpeen unos a otros.