laberinto iluminado

Laberinto iluminado. 

La luz recorre el laberinto proyectando sombras filosas en cada esquina. Un laberinto singular,  sin principio ni fin, solo medianeras verdes que continúan hasta que se juntan en un punto. O se cortan en curvas rectas guiando la vista hacia un lado. O devuelven el camino hasta la marca que dejó el peregrino para indicar que ya lo recorrió. Y los senderos encajonados, casi aplastados, se retuercen haciendo piruetas en el espacio a medida que los pasos se acercan a un borde. Se anticipan a los pasos del extraviado y giran malévolos y confunden sin remordimientos. Hasta parece que risas sarcásticas se  escapan de esas ramas intrincadas y frondosas.

Solo la luz es real. Rebota en las paredes, traza figuras inverosímiles, se convierte en pinturas abstractas, se descompone en colores y se combina en muchos más. En el aire canta historias de naufragios y de extravíos, señala posibilidades de rutas salvadoras. 

Pero el laberinto es pura incertidumbre; ahí todo es posible, todo es fantasía.

Hay que ubicar los brotes naranjas con la punta amarilla. Acercar los labios esquivando espinas y darles un beso suave. Entonces por unos instantes ocurre el milagro: el viajero empedernido se convierte en sueño y forma parte de ese laberinto. El buscador inquieto navega buscando el punto de escape, reconoce y acepta  su trama y cómo premio recupera emociones que no sabía que tenía. Y en esos momentos es él, es pleno a pesar del laberinto.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *