18/07/2013 Festejos privados 

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Día singular el de hoy: se cumple un año del primer escrito parido en un amanecer. Leyéndolo a la distancia parece una declaración de principios. Fue el puntapié inicial de una costumbre que continuo día tras día, interrumpida pocas veces. Encontré en mi escritorio laboral y al despuntar el alba el lugar y momento oportuno para expresarme, desahogar sensaciones, declarar ideas. Así se fueron desgranando, flotando desde las profundidades palabras que se mezclaban en mi cerebro y visualizaban mi interior. Un poco críptico debo reconocerlo, pero al bucear y poder interpretar voy surgiendo desde el ostracismo que por alguna extraña razón lo confiné hace muchos años. 

Hoy además de amaneceres que alguna vez nombré como partes diarios, escribo cuentos. Me animo a mostrarlos a desnudarme intelectualmente. Tengo mucho por decir, mucho callado. Entonces mis palabras a los que encuentren que esto les causa placer, que lo disfrutan. Son los tíos de mis creaciones, solo les pido los cuiden como a sobrinos caprichosos.

Además Bóreas pudo mantener la puerta abierta por unas horas permitiendo que el viento originado en el sur llegara a la ciudad de verano extrapolado. Luego de recorrer kilómetros y horas barriendo glaciares y ventisqueros, de alimentarse de su frío y recogiendo humedad de la espuma de olas furiosas martillando sobre rocas y acantilados, se precipita sobre la ciudad que lo aguarda preparada. Y llega acompañado por nubes temerosas. Flacas, deshilachadas en sus bordes, vestidas de grises, extendiéndose y ocupando todo el espacio disponible, retrasando la claridad. Lo más destacado retaceando colores en el cielo.

Como siempre el tul opaco se espeja en la tierra, hoy desciende desde el tranquilidad, sensación de reposo. A pesar del viento que cubre construcciones, de corrientes de aire traviesas que se arremolinan en los cruces prolijos de calles rectas, que se concentran en transeúntes jugando con sus pasos, aminorando o incrementando velocidad que torna impredecible su donducta. Si no fuera por su tenue grisáceo y esos retazos que se apartan hacia delante, como una avanzada explorando el terreno en una jornada de picnic, semejaría una amenaza de catástrofe próxima a desencadenarse. Pero todo es calma.

Un naranja ocre comienza a insinuarse reclamando el territorio que le corresponde, cómo siempre dibuja los contornos de edificios. No hay luces en las ventanas, sí en las calles recorridas por trenes virtuales arrastrados por locomotoras fantásticas, salidas de sueños premonitorios. Y así cómo la imagen interrumpió en forma grosera así se disuelve. Las nubes imponen su textura, ahogan los rayos de luz que producen colores en el techo y la superficie, Promesa de gris, acompañando el ambiente. Hay resistencia y en un postrero intento los bordes cercanos se pintan de amarillo, que se transforma en crema a medida que las nubes se rehacen.

Lucha desigual. Hoy las nubes se toman revancha. Los almanaques piden reivindicación pero les va a costar mucho recuperar credibilidad. Siguen testarudamente proclamando que estamos en invierno, un solo día no es suficiente para darles la razón. Las luces de la calle se van apagando por tramos, quedan pocas prendidas. Los árboles recuperan el verde rompiendo opacas paredes de edificios, solo faltan los pájaros y su canto. Ausentes melodías que sirvan de fondo, solo silencios que juegan entre ecos inaudibles. Porque sin ellos los ruidos que emanan de autos y motos son solo eso: ruidos. Falta el amalgador que los convierta en música y cure oídos sumergidos en el mutismo agobiante de una ciudad que se despierta cambiando la rutina de los últimos tiempos.


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