Y Bóreas finalmente liberó sus caballos, sin esperar se lanzaron en una carrera sin fin; se abalanzaron desde el sur atravesaron desiertos y llanuras; se desviaron en sierras e ignoraron construcciones humanas; practicaron surf sobre nubes intranquilas. Dejaron el pastoreo para otro momento, para más adelante; abandonaron entre pastos mecidos por brisas traviesas a la comida y el descanso, En su paseo vertiginoso sus cascos sin herraduras pisotearon el suelo desprevenido, lanzaron al aire sueños olvidados, pesadillas inconclusas, quimeras abandonadas, proyectos indefinidos. Y se volvieron vientos de esperanza abalanzados sobre la ciudad en busca de un dueño hasta ese momento desconocido.
Sorprendida por la cabalgata sin jinetes la noche se transformó en un mercado caótico. Las personas que reposaban tranquilamente, aguardando el amanecer, se vieron sacudidos por alucinaciones imprevistas, por imágenes inesperadas, por palabras atropelladas, por pensamientos infrecuentes. Las personas que recorrían las calles barridas por aires fríos, fueron sobresaltados por voces que surgían de grietas entre baldosas desprolijas. Susurraban extrañas historias de fracasos, de intenciones sin concretar, de ilusiones que fueron esquivas, de metas que nunca se alcanzaron.
Y entre los colores difusos de un alumbrado deficiente, el escenario urbano se tornó patético, en una caricatura mal trazada, en cuerpos sólidos que se elevaban siguiendo tachaduras verticales y coronando en terrazas delineadas sin orden. Construcciones que semejaban enormes peces voraces en mares de coral y que agazapados buscaban sus presas. Desprolijos seleccionaban sus víctimas para asustar y aterrorizar. Porque a esta hora no hay posibilidad de alimentarse.
Y espectros recién llegados y fantasmas expertos fueron empujados por los vientos que esquivaban edificios en carreras de recorridos abruptos, doblando sin miramientos en ochavas cerradas. Acostumbrados, los veteranos se dejaron llevar. Disfrutando del vértigo de la velocidad, de la sensación centrípeta de recorridos circulares. Los novatos se desconcertaron, lucharon buscando anclas en veredas inestables, trataron de bajarse del movimiento tomándose de árboles con hojas frágiles.
Mientras llegó la hora del amanecer. Y el sol pintarrajeó los bordes nubosos del horizonte. Oro, partículas de oro regaladas por los hornos de los enanos, fueron sembradas entre los pliegues de las nubes estáticas. Alojadas en el vacío, entre la superficie arrugada y el liso cielo sin color. Sin moverse, sin desplazarse, sin agitarse. Solo dejando que la naturaleza las mime. Nubes coquetas se prepararon para ser admiradas desde ciudades medio dormidas. Revisaron sus bordes, alinearon su vertical con meridianos virtuales. Ensancharon volúmenes y redujeron superficies. Redondearon los límites con los abismos y dejaron diseminados huecos para que rayos impacientes se cuelen, formando arco iris reducidos.
Y el color oro se transformó en amarillo resplandeciente, en crema amarillenta. Se opacó, tornó en brillante. Reflejó tonalidades, absorbió colores. Inmóviles transmutaban luces en regalos visuales.
Los vientos se tomaron un pequeño descanso. Encaramados en postes de luz, recostados contra muros indolentes, agazapados en azoteas o abandonados sobre el pavimento. Sin dirigirse palabras se dejaron llevar por el espectáculo. El cruento galopar se convirtió en un apacible pastar en praderas sin malezas. El ulular quejumbroso en silencio contemplativo. Esperan las señales que les indiquen que se reanuda la carrera.
La ciudad ha sido contagiada por el ritmo frenético de los invasores. El tránsito es febril, apresurado. Los conductores imprevisibles. Los peatones descuidados. Los semáforos no dan abasto. Se desesperan variando frecuencias, tratando de ordenar, de civilizar. Es inútil. La prisa está instalada. El apuro está vigente. Hoy el tiempo se acelera. Todo se debe hacer ya. Los plazos se han cortado. Un solo interrogante sobrevuela la sala reflexiva de los sabios. ¿Se debe a que es viernes? ¿O se debe a los vientos desencajados que invadieron sin contemplaciones?
Los corceles bañados por el líquido del esfuerzo matinal esperan.