Leer Análisis por IA
Un amanecer con las calles escasas de autos que las transiten, los pocos sonidos que naufragan por las arterias se desbocan cuando el semáforo da la orden de largada y se sosiegan cuando el mismo semáforo interrumpe el paso. A intervalos regulares el bullicio es empujado hacia las alturas alcanzando en su viaje a ventanas cerradas de viviendas y algunas abiertas de oficinas con empleados madrugadores. Pero los largos trencitos de vehículos que recorren diariamente las vías virtuales en el pavimento, hoy son formaciones escasas de vagones anestesiados. Están separados por luces rojas al ir y muestran su baúl, o separados por luces blancas al venir. Y los colectivos y camiones semejan carruajes de doble piso, haciendo ostentación de su porte.
Los colectivos extrañan las pisadas cortas de empujones entre pasajeros, los pasos nerviosos de vencer paredes de cuerpos anestesiados abandonados a la ley inexorable de acción y reacción, indefensos ante el inexorable principio de inercia. Echan de menos a los distraídos que se pasan de parada y se abren paso a empujones tratan de llegar a la puerta para descender. Añoran el andar vertiginoso y temerario que le impone el conductor para mantener horarios atrasados pos subidas y bajadas de pasajeros.
Hoy todo es descanso. Las manos relajadas acariciando el volante. Doblar suave, frenadas largas y calculadas. Mentes que descansan aisladas en tubos pintarrajeados por afuera con colores vivos, por dentro opaco adornado con carteles de advertencia. No solo los que viajan sentados tienen el rostro adormilado. Los pocos que van parados, separados por espacios amplios, dejan que su cuerpo siga el ritmo de frenadas y arranques, de giros a derecha, de giros a izquierda. Todo es lento. Los pensamientos son leves almejas que se deslizan por corrientes amortiguadas por corales. Son globos aerostáticos que flotan a la deriva, amarrados a troncos de árboles.
La ciudad descansa y cavila. Se vuelve a identificar con monjes budistas chinos que practican Tai Chi. Nunca lo hizo, tampoco conoció a ninguno, pero le contaron, escuchó conversaciones curiosas de naufrágos ciudadanos mientras le recorrían senderos trazados en tiempos de fundaciones por su espalda hoy saturada de edificaciones. Intrigada espió sin culpa a espacios sacros dedicados a la disciplina. Incorporó imágenes. Se imaginó practicando, disfrutando de sus movimientos. Ilusa se inventó una quimera. Que se iba a perfeccionar, aprender los secretos, penetrar en los misterios de la meditación, y luego a través de los sueños. Utilizando los instantes de vigilia involuntarios influiría sobre sus huéspedes y los convertiría.Su meta sería reemplazar caos por orden contemplativo, estrépito por cantos de pájaros y susurro de aguas de La Cañada
La ciudad recurrió a su memoria. Recordó que ya lo probó antaño. Quiso ser sacerdote de quimeras fantasiosas y terminó siendo condenada al ostracismo y blanco de bromas por parte de sus hermanas. Hasta escribieron una obra de teatro que la tenía como protagonista cuando quiso que todos sus habitantes fueran vegetarianos. Así que abandonó sus especulaciones metafísicas y se dejo llevar por el ritmo aletargado volando sin despegarse del suelo. Mira hacia arriba esperando el amanecer, Deja que el gris la inunde. Ella misma se pierde en los laberintos de sus recuerdos. Se deja estar.