10/05/2013 Canto de sirenas
Sin pausa la mancha rosa se va extendiendo desde el fondo de los últimos edificios —los que se encuentran en el límite de la ciudad de cara a las soledades rurales—. Es el reflejo contra la bóveda de los hornos subterráneos de enanos condenados a su trabajo nocturno en las profundidades de las minas bañadas diariamente por el sudor de la piel y el esfuerzo. Son prisioneros voluntarios de sus obligaciones laborales renovadas. Casi estáticos, colgados de ganchos invisibles los borrones tiznados de rosa bailotean mientras oscilan sin un patrón definitivo. En su movimiento adquiere forma de óvalo de contornos deslucidos, son retazos irregulares cosidos que se deshilachan dejando en descubierto ojos curiosos que espían desde la distancia. Y la nube sonrojada a medida que se desgarra va sacando del escenario a la oscuridad. Le va dando descanso por unas cuantas horas, la condena al ostracismo, a una especie de eclipse luminoso.
Y por la ciudad corre una brisa suave. Montada a horcajadas de vehículos indolentes, hoy silenciosos, ensimismados, concentrados en recordar anécdotas triviales. El tránsito está achatado, estremecido por canciones de sirenas terrestres, escapadas de los Campos Elíseos, del Valhala o de cualquier otro territorio compartido entre dioses y hombres apropiado por mitologías ancestrales. Seres provenientes de comarcas inaccesibles para la condición humana. Según las distintas civilizaciones eran seres con rostro o torso de mujer y cuerpo de ave o hermosas mujeres con cola de pez en lugar de piernas que moraban en las profundidades. En ambos casos se les atribuía una irresistible voz melodiosa con la que atraían locamente a los marineros.
Y los cantos de esos seres —hipnóticos y amenazantes— reverberan sobre ventanas cerradas, vidrieras curiosas o parabrisas húmedos por el rocío matinal. Y los pájaros se estacionan y se abandonan sobre ramas somnolientas para deleitarse con las armonías alejadas de las frecuentes, innovando, escarbando en busca de nuevas combinaciones musicales. Luego tratarán de imitar esos cantos agónicos que hablan sin palabras de mundos prometidos, de espacios infinitos de luz descompuesta en miríadas de tonalidades coloridas, de descansos sin tiempos, de libertades desconocidas en experiencias humanas. Y por los ríos el agua se traslada recorriendo cauces sin mojarlos, sin arrastrar ramas ni troncos, sin provocar espuma de olas intrascendentes.
Y los sabios desempolvan manuales que escasas veces son consultados. Porque en el aburrimiento de la vigilia tres de ellos se enfrascaron en una discusión que rememora a la tan famosa y vituperada sobre el sexo de los ángeles. La controversia era si las sirenas habían sido siempre mujeres con cola de pez o fueron reconocidas con cuerpo de pájaro y rostro o torso de mujer . Y cuál era su función, qué lugar ocupan en el mapa de la creación. Discusiones que se prolongaron desde la irrupción de las primeras estrellas. Hasta el alba demorada.
Argumentaciones míticas, históricas. Hasta literarias e insólitamente se colaron testimonios psicoanalíticos. Recurrieron a todo argumento que pudieron desempolvar y empecinados como corresponde, se ofuscaron, vibraron de ira, se rieron de sus ocurrencias y se divirtieron poniendo en ridículo a sus ocasionales oponentes. Se pusieron rápidamente de acuerdo sobre su función originaria, vinculada con la muerte y sus ritos, ellas eran las encargadas de transportar las almas al Hades —función que posteriormente, al alcanzar mayor importancia estos cultos del misterio, acabaría asumiendo el dios Hermes—. Lo cual implicó una mayor necesidad humana de comprender y aceptar el proceso de la muerte física.
Pero no lograron consenso sobre su representación. Elevaron el tono varias veces y sus voces repiquetearon contra paredes mullidas por estantes de pergaminos. Algún golpe sin lograr identificar su origen interrumpió la modorra noctambula. Hasta que agotadas las gargantas y saciada la sed de confrontación se alejaron a sus aposentos trasladando notas y apuntes que nunca más repasarán.
En tanto la transición oscuridad/claridad prosigue. Y los cantos de las sirenas —ajenas e ignorando la pasión intelectual que desataron sin intencionalidad— siguen esparciéndose por calles que se van llenando de ocupantes dinámicos. Y los trasnochadores encuentran un motivo para detenerse bajo plantas de muérdagos y abandonarse a sueños incipientes y fantasías descabelladas. A sentarse sobre cojines de leyendas y mitos cantarines, de elevarse hacia las pálidas nubes rosadas que deambulan en el amanecer y flotar cautivos de vientos suaves, planeando hacia el olvido.
Hoy los cantos cautivaron a los residentes desprevenidos que recorrían calles desiertas.