08/04/2013 Lunes pirateados

Amanecer de colores rotando alrededor de un eje cilíndrico con orificios desparejos y permiten que la luz se expanda desde lo oscuro, que haga vibrar las moléculas de aire descansando en la atmósfera. Y así se convierten en sinfonías pastorales de pigmentos sosegados. Brillantes fondos bermellón, naranja, amarillos circulando en movimiento matinal conocido. Rayos juguetones buscan nubes distraídas para pintarles bordes de sombras, para hacerles deslizar historias por sus superficies livianas.
Aparecen barcos piratas haciendo equilibrio en los extremos del tiempo. Perseguidos por navíos vengativos, que no saben de libertades y de la vida, sólo de normas y reglamentos, de convenciones y de arreglos espurios, eludiendo incertidumbres y aventuras. Uno se imagina a un capitán solitario y ascético trepado al palo mayor, timonel de tormentas y mares calmos sin monstruos amenazantes. Atento a los sentidos, gobernado por los instintos, aconsejado por la experiencia.
Buscamos desde la superficie terrenal, entre el vacío de la mañana, los reflejos de cañones silenciosos. Escuchamos entre bocinas sordas, el canto coral de la doncella secuestrada. Adivinamos la mirada extraviada, atravesando la figura solitaria, de sombrero alado y pluma embravecida. Es la del pirata la figura romántica rescatada del orden burgués. De ese prisma que convierte viajes previsibles en aventuras de héroes que se resisten al avance de la historia. Distintos de los bucaneros, corsarios y saqueadores inmortalizados por Salgari, exaltados por Serrat. Siempre estarán en el borde de una nube con paredes al abismo.
Y franjas grises, alargadas con espacios entre jirones desprolijos, se cruzan indolentes en sentido horizontal. Trazan balcones abruptos, asomándose a valles urbanos que se despiertan. Son oleadas de manchas con marcas rojizas en sus extremos. Se detienen frente a semáforos o transeúntes demorados, compiten por bocacalles hambrientas de nuevos días. Se destacan presurosos pasos de ecos asordinados contra edificios coloreados. Es la ciudad que recobra su rutina, que va desechando leyendas, las reemplaza por oficinistas, y descarta espectros y fantasmas que se demoraron buscando sus historias.
Ciudad de calles que no se rebelan, de plazas que permanecen, de grietas que se trasladan buscando profundidad. Ciudad trasnochada que sueña con veredas multicolores y las descubre al mediodía opacas y aburridas. Ciudad que no se escucha porque el ruido de los autos la aturde. Ciudad de lunes que cosquillea y se estremece con el peso de edificios haciendo equilibrio en las alturas. Todo está preparado. Solo faltan las historias que les obsequie sonidos a las sinfonías otoñales,

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