Paloma desde el ventanal de la oficina      

La paloma se desliza en trompo, en cada círculo se acerca a la pared y su sombra rebota empecinadamente contra ella. El batir de alas se repite sin interrupción. Con la comida escamoteada de la vereda en su pico busca un lugar para merendar, una saliente para apoyarse y descansar. El sol la encandila, le impide ver con claridad; el frente blanco de una pared insensible satura sus ojos con luz hiriente. Una ventana se cruza en su camino, busca el alféizar infaltable, pero una malla de alambre con trama romboidal, inoportuno le clausura el comedor antes de inaugurarlo. Si pudiera se rascaría la cabeza para incentivar las neuronas. Duda, el alimento le pesa, el viento la empuja sin orden. Las bocinas bochincheras que se desprenden del asfalto parecen animarla a continuar; es su público anónimo. Una mancha negra, unas líneas indefinidas dibujadas por un herrero meticuloso. Unas baldosas de colores lastimadas por el tiempo. Un balcón: la solución. Apoya sus patas. Suspira. Comienza a comer.

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