Buscar la luna. Recorrer el cielo amaneciente escudriñando de horizonte a horizonte sobre el telón azulado pintado de luz. Indagar por una mancha redonda o medialuna clara que guiña un ojo tuerto al avezado que la descubre. Gris muy claro sobre blanco más claro. Casi imperceptible suspendida en su recorrido diurno. Es el momento ideal para llenar el globo de rocío del alba, virgen de los rayos del sol que lo disipan y navegar a la luna empujado por los polvos mágicos de imanes druidas. Es un viaje corto, porque las distancias se esfuman entre los sueños de poetas y fantasiosos que poblaron la noche terráquea. Se deben esquivar las pesadillas que se colaron; a veces sucede si el día anterior se deslizó por desgracias o accidentes. Seguir el rumbo es fácil, imposible equivocarse, solo mirar el destino e imaginarse un cuenco de polvo lunar despejado, yermo, amplio, alejado de colinas redondeadas por los vientos solares y de llanuras bombardeadas por rocas peregrinas espaciales.
La llegada es abrupta y suave. Abrupta porque la nave al acercarse se acelera sin avisar provocando vértigo lunar durante unos segundos. Los cráteres se precipitan hacia la nave y parece que la colisión es inminente. Suave porque surgen desde el subsuelo ráfagas de aire que amortiguan la caída demorándola hasta hacer contacto. El paisaje es tan extraño como maravilloso. Ahora el cielo tiene una luna celeste con un anillo de nubes blanquecinas que danzan sobre el ecuador y saltan en raras piruetas hacia los polos. Manchas verdes, otras marrones, algunas amarillas. Un carrusel que transita por el espacio dibujando elipses alrededor del sol, un trompo que gira sin cesar mientras entona canciones compuestas por sirenas del Olimpo. Y el sol, sin filtro calcinando la superficie.
Hay una oficina de orientación. Con escritorios especializados que canalizan las intenciones. “Búsqueda de objetos materiales perdidos” con secciones especializadas: paraguas, llaves, cartas de amor, monedas sin valor, sonajeros luminosos, pelotas de todo tipo, medias desaparecidas en lavarropas. “Búsqueda de emociones” por ejemplo: goles perdidos en el último segundo, finales de películas con final feliz, nacimientos de hijos, niños, sobrinos, escuchar los primeros balbuceos de un bebé, sus primeros pasos, aprobar el último examen de la carrera. “Búsqueda de sueños” que es la más solicitada y la más impredecible porque es imposible identificar a los dueños, ya que en el camino los sueños interactúan, conversan entre ellos, mezclan situaciones, tergiversan hechos, cambian lugares, confunden tiempos y es una quimera reconocer los propios. Y hay otros menos agradables y pocos frecuentados “Búsqueda de miedos” con sus particularidades: infantiles, ogros, persecuciones. “Búsqueda de enemigos”: ex novias, hinchas del equipo contrario, conductores irresponsables, gerentes de banco que no autorizan créditos.
Imposible enumerar todo. La luna es el centro de todas las cosas que perdemos en la vida. Y aunque viajemos y nos asesoren bien, lo más seguro es que no volvamos a recuperar aquello que nos abandonó porque lo descuidamos, no le dimos la importancia que se merecía o simplemente nos distrajimos mirando la luna.