El desierto como metáfora de la existencia

El desierto como metáfora de la existencia

Cada persona tiene su desierto a atravesar.

Es un recorrido penoso y lleno de espejismos. 

Pero le espera siempre un oasis.

Desierto: realidad y metáfora

 Leonardo Boff, * Filósofo y teólogo

El desierto es la inmensidad sin límite visible. Es la extensión que abarca la totalidad de lo desconocido. Es el espacio elástico que se expande y se contrae acompañando nuestra evolución. Es la monotonía insoportable escondiendo la diversidad. Es el color rutinario poblado de todos los colores imaginables.

El desierto es el enigma a descubrir. Son los interrogantes sin fin que mutan como el paisaje navegado por dunas errantes cambiando de lugar al ritmo de los vientos caprichosos. Es el silencio a poblar con narraciones que se convierten en refugios  ideales y lejanos. Es el territorio a colonizar mediante las palabras calcinadas por el sol persistente, sin nubes que lo opaquen. 

El desierto nos entrega la ilusión de ciudades lejanas y míticas que nos ofrecen protección. Las distancias en un desierto se miden en horas, en días, en experiencias, no en metros. El destino es esquivo porque la mayoría de las veces es un espejismo que se consume en las fantasías. 

El desierto nos desafía a recorrerlo, a explorar sus posibilidades y trazar senderos invisibles que nos conduzcan al conocimiento. Es un suelo árido esperando ser oasis. Es un suelo rocoso cubierto de arena que esconde la vida en sus pliegues.

El desierto es nuestra vida que se escurre entre recuerdos mientras deambulamos sin brújula. Es un laberinto de caminos invisibles construido con sueños y miedos en lugar de murallas impenetrables. Al final nos espera el refugio, el premio deseado, la última meta: la definitiva

El desierto no tiene rutas trazadas en su superficie, continuamente barrida por vientos impredecibles que sumergen en el olvido los pasos ya caminados. No existe la posibilidad de volver a recorrer espacios ya trajinados en el pasado  —ni por el caminante que dibuja su presente ni por otros caminantes que lo precedieron—. No hay huellas visibles, a veces encontramos de casualidad señales herméticas que nos revelan un secreto.Todos, sin excepción, avanzamos a tientas, cegados por el sol, en la travesía de la existencia. Llevamos como todo equipaje una brújula y un astrolabio que aprendemos a usarlo sin manuales.

Solo el conocimiento nos permite convertir la arena inhóspita en un vergel que nos permita gozar y disfrutar el presente. Pero solo por momentos, el desierto nunca se rinde y vuelve a aparecer ante nosotros planteando desafíos inéditos, desafíos redundantes, desafíos tramposos.

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