Búsqueda

Buscó con la mirada la señal, no sabía cuál pero estaba seguro que la reconocería al verla, como siempre le pasaba. Se estacionó en la esquina como un inspector de línea de colectivo, pero él en vez de controlar los horarios de los recorridos y los boletos vendidos espera la irrupción de una anomalía.

Le sorprendió la manera en que la palabra se abrió paso desde el silencio sepulcral de los vocablos ignorados, relegados; en especial porqué encajaba acertadamente con las circunstancias. Saltó de la nada y se hizo visible: búsqueda.

Él trataba de encontrar una desviación respecto de lo que es normal, o previsible, como la marca de Caín en la frente, o la aparición de una anfisbena —esa serpiente comedora de hormigas con una cabeza en cada extremo— cruzando la calle, o un jardín de tulipanes rodando desde el balcón del quinto piso sugiriendo una alfombra multicolor de acceso, o una hilera de lechuzas desfilando en silencio por los cables indolentes de líneas telefónicas, o simplemente un rayo de luna perdido en la noche navegando por desfiladeros de edificios absortos.

O quizá fuera mucho más simple. Una melodía huyendo del encierro de una habitación sorda. Una corbata flameando de la copa desnuda de un árbol solitario. Un par de zapatillas de colores diferentes recorriendo surcos de agua pegados al cordón de la vereda. O un afilador de cuchillos en una draisiana, esa antecesora de la bicicleta sin pedales.

O tal vez sea todavía más simple y el resultado a su búsqueda sea una cicatriz en un muro invisible que solo sus ojos pueden retratar.

Siguió por senderos invisibles que se desviaban en encrucijadas de baldosas descuidadas, esquivó lianas en forma de semáforos que se abalanzaban desde las esquinas gritando en tres colores, sorteo arroyos impetuosos, anárquicos que desembocaban en bocas de tormentas sin salida, huyó de autos estridentes que corrían carreras sin largada ni llegada. El tiempo se escapaba por vericuetos misteriosos.

El mediodía reclamaba su lugar y los zapatos olvidaban su rastro en las veredas laberínticas cuando el significado de su universo mutó.

Una mirada. Sólo esa acción casi desapercibida desencadenó el descubrimiento de nuevos senderos, de paisajes inexplorados. Un cruce involuntario entre ojos perdidos en los meandros de sus pensamientos individuales. Una mirada que soltó las trabas de las emociones adormiladas por la rutina. Una mirada que suspendió el tiempo de cada uno y lo convirtió en eternidad.

Sin palabras se miraron. Sin palabras se sentaron. Sin palabras observaron pasar el desfile de sus sueños incumplidos. Sin palabras compartieron la melodía de los pájaros perdidos. Sin palabras se abandonaron al fluir del torbellino. Sin palabras se dejaron acariciar por la brisa aromatizada de soledad. Sin palabras se vieron partir sin despedirse. Sin palabras se perdieron.

El día cerró el círculo. La señal esquiva por fin se manifestó. Se apresuró para anotarlo antes que el olvido lo demorara.

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