Árabe


Soñado por Hugo Bastos

Bucear en su mirada es internarse en un desierto de arenas insondables, en un espacio abierto de distancias medidas en calor y sombras; en un tiempo inmóvil cronometrado en sueños sostenidos en la somnolencia. Mientras la joroba del dromedario se balancea sin prisa, al ritmo monótono de recuerdos ancestrales sus ojos se humedecen con la humedad de los oasis y se secan con el reflejo del sol en la arena. Sus ojos —liberados en el tiempo— relatan historias de sed que se cuentan en fogones abiertos al cielo estrellado. Esos ojos que identifican encrucijadas de dunas errantes misteriosas sin señalizar. Esos ojos no tienen palabras en ningún idioma conocido, tienen solamente imágenes forjadas a fuego por las llamas que brotan del suelo incandescente. 

Sus ojos tienen la profundidad del océano sin peces que distrajeran su mirada.

El “árabe” —muchos lo consideran un tuareg—, es una leyenda a la que recurren y se aferran los extraviados en el desierto; identificado como un trashumante empedernido, no camina tocando el piso —es demasiado sofocante, demasiado agresivo, una vía de comunicación directa con el infierno tan temido—-. Adormecido, nadando en sus sueños austeros, se deja llevar por su cabalgadura por senderos inexistentes. Solo le susurra, en un idioma que solo ellos dos entienden, en el oído izquierdo siempre erguido el destino a llegar. 

Siempre sentado en la parte más alta de la giba como si fuera la cofa del mástil de un navío —la parte más cercana a un cielo protector—, siempre erguido mirando el horizonte inalcanzable, esquivo, siempre los pies cruzados sobre el cuello de su camélido. Siempre estático, inmóvil, alerta.

Él es el desierto. Pero no cualquiera. Él es el Sahara.

Él es un mapa viviente, él registra los cambiantes trazados de rutas a través de dunas que deambulan arrastradas por el aliento del desierto y se los sopla al oído de los pasajeros extraviados cuando comienzan a delirar. 

Él es la estrella polar que guía las caravanas extraviadas en las tormentas de arena.

Él es la brújula que conduce a los oasis.

Él es la compañía esquiva a encontrar.

Él son los ojos de los navegan en el desierto.

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