El amanecer se encuentra agazapado, expectante, aguardando como un muñeco sorpresa dentro de una caja, tensando al máximo el resorte, esperando que algún desprevenido abra la caja y lo asuste con su cara de payaso triste y lloroso. Anuncia su impaciencia derramando una luz rosa tenue cerca del horizonte. Incrementando las sombras de los edificios de luces apagadas. Corriendo a las estrella todavía remolonas en su caminar, Destacando pequeñas nubes incoloras apoyadas sobre mesetas imaginarias, Va esparciendo melodías que recorren calles ya pobladas de vehículos. Se distrae mirando sin ver la danza serpenteante, dinámica de luces blancas que viene y luces rojas que van. Olas irregulares que buscan entre cordones inflexibles destinos ya fijados. Fluido líquido de autos que se desplazan en orden obedeciendo hojas de ruta dibujadas en la mente de los conductores, a semáforos que repiten sus letanías de intercambio de tres colores inamovibles, a la ley nunca escrita de optar por el camino con menos complicaciones.
Suave, casi con desgano, sin realizar ninguna acción que lo delate, el amanecer prosigue. Se desplaza hacia el mediodía, como quien no quiere destacarse: se encamina al cenit. Se siente seguro, casi omnipotente. Nada en su camino que lo obstaculice, nada que le haga variar su conducta. Saluda a sus seguidores que se lanzan a la aventura diaria, festeja las rutinas de los adoradores matinales, de los madrugadores que abren la puerta antes que la oscuridad huya a sus refugios. Premia a los soñadores que se sientan en una mesa, se sirven café o mate o té, y se abandonan a disfrutar de la mezcla de colores con que les obsequia cada jornada.
Y en esa quietud repetida desde siempre y con pronóstico de continuar hasta el fin de los tiempos, los habitantes de la noche imaginan cómo interrumpir ese ciclo, como introducir variaciones que señalen días especiales, diferentes a la monótona repetición de días. Duendes, hechiceros, brujas, realizan seminarios, conferencias, mesas redondas. Se distraen creando planes que pocas llevan a cabo, se auto complacen pensando en situaciones de caos sembradas en el orden. Se visten con los hábitos de los elegidos para producir revoluciones innecesarias. Buscan identificarse al destacarse con alguna ponencia original. Discuten sobre fantasías irrealizables, extraen desde la memoria personajes redimensionados mezclando acciones, desvirtuando o desprestigiando, ensalzando o exaltando. No importa, lo real es que lo hacen reinterpretando anécdotas imposibles de verificar.
Un ejemplo es el demonio de Maxwell. Encontré una nota dictada por él a un ujier desconocido, sumiso que se prestó a ser el intermediario letrado. En su escrito, reivindica su papel asignado de demiurgo menor, cuya tarea principal consistía en colaborar con físicos y químicos. Según su relato fue el responsable de colocarle una piedra en la tina a Arquímedes mientras se bañaba, de arrojarle pedruscos a Galileo desde la torre de Pisa, a golpear en la cabeza a Newton con una manzana. Y en sus giras exploratorias descubrió a un brillante científico en una encrucijada.
Como todos los científicos de su época estaba obsesionado y a la vez motivado por las incipientes leyes esbozadas de la termodinámica. Y en un momento de vigilia, con las defensas bajas, su mente desprotegida de toda defensa, se le apareció disfrazado de saltimbanqui. Gorro de dormir pero con rayas horizontales de colores y un cascabel en su punta. Tomó bolas de colores rojas y blancas y simulando una caja cerrada con un separador en el medio. Y comenzó su tarea. Con una sonrisa burlona trasladaba las rojas, una a una de un sector al otro. Las rojas representaban a las más calientes, las que poseen mayor velocidad. Esta tarea a nivel molecular permite organizar y alcanzar el equilibrio sin provocar pérdidas.
Llevado a la teoría, era una refutación a la segunda ley. En consecuencia una demostración por el absurdo, era la creación de una paradoja. El demonio no podía existir. Y la furia del demiurgo que fue confundido con un demonio travieso, deformando y desmereciendo su trabajo. Hoy sigue penando y en las horas de soledad busca hombros condescendientes que escuchen su llanto y compartan su pesar. El papel de papiro que me llegó estaba mojado por lágrimas. Espero que estas líneas disparen una invitación para compartir un café y soledades.
Mientras tanto, imperceptiblemente, el sol se instaló en la mitad del cielo.