28/02/2013 Luna restablecida.

Hoy la luna se presentó en el horario previsto, en el andén correspondiente al día, con la luminosidad ajustada a las normas establecidas en los manuales del “buen agente planetario”, con la mirada cargada de recato y una sonrisa que denunciaba la satisfacción por el deber cumplido. Sin rastros de arrepentimiento, sin ocultarse tras conductas que denoten culpabilidad, sin excusas sobre desbordes voluntarios e involuntarios.  Acurrucada entre medio de estrellas comprensivas, tratando de descubrir señales de desórdenes y daños de su acción, rastreando en las crónicas de sabios de barba larga y sombreros puntiagudos de variados colores para conocer el grado de alarma que había activado. Protegida por un cielo cariñoso que la cubrió durante toda la noche brindándole seguridad en su descanso.

Desea volver a ocupar su lugar, recuperar su rutina, recobrar sus funciones básicas asignadas en el comienzo de los tiempos. En lo profundo de su ser una grieta apenas disimulada amenaza crecer, se trata de un miedo incipiente, de una vaga inquietud que cosquillea en un lugar de su interior no determinado. Ella sabe que ha superado los límites impuestos y la incertidumbre por la reacción a su conducta por parte de su entorno martillea su ánimo. Mira de reojo tratando de anticiparse. Tiene un alerta generalizado.

 Lo sucedido está previsto en el Manual correspondiente y forma parte de sus tareas. Su comportamiento respondió a conductas establecidas y permitidas aunque solo en situaciones excepcionales y no cómo habitual. La entropía y el equilibrio cósmico se mantienen merced a fuerzas ocultas, esquivas a ser accedidas por el conocimiento lineal prevaleciente en la ciencia actual. Son explicables desde el misterio, desde la aceptación de multiversos, de teorías extravagantes para la experiencia cotidiana como la de cuerdas, la existencia de gusanos cósmicos que unen puntos dispersos entre galaxias inconmensurables, la intervención de mediadores como hechiceros, augures, taumaturgos, dragones, elfos. Y algunas más todavía no bautizadas y otras olvidadas.

Y para tranquilidad de sus fans la luna volverá a ser el depósito privilegiado de objetos perdidos por distraídos consuetudinarios, a ser la imagen romántica para enamorados sin imaginación o aprendices de seductores aviesos, a ser  la cómplice involuntaria de asesinatos malévolos, a ser la compinche ineludible de bromas inocentes, a ser el refugio vigente de poetas trasnochados, a ser la guía opaca de senderos perdidos en las selvas polares, a ser el adorno indispensable para noches oscuras.

Y mientras la luna ajusta su órbita —utilizando cómo herramientas de apoyo a un antiguo astrolabio, un reloj de arena traído de Mercurio, un compás escamoteado a una nave de velas solares que transitaba tras las lunas de Júpiter y unos mapas detallados tridimensionales del sistema del que forma parte—  se dedica a observar con detenimiento y vergüenza su estado actual.

Recorre los cráteres del lado iluminado, redistribuye superficies inestables, pasa la escoba imantada devolviendo su aspecto ordenado y atemporal. Pule las zonas opacadas por el polvo desprendido de los bordes de montañas y desfiladeros. Ella debe, en primer lugar, recuperar su brillo que es producto del reflejo de la luz del sol no de su propia energía interior. Con paciencia debe recalibrar su espejo para iluminar la tierra. Debe mostrarles a todos que la ruptura cotidiana pasó y solo es un recuerdo, que no es necesario convocar al Apocalipsis (Todavía). 

Y en las ciudades —por callejuelas solo conocidas por iniciados— los peregrinos amantes de distopías deambulan sin brújula. Los acompañan los restos de las manadas de lobos incitados por lunas sublevadas. Han retomado su aspecto cotidiano y remueven pacientemente sus recuerdos tratando de adivinar el recorrido de sus acciones durante el desenfreno. 

Saben que sus conductas responden a mecanismos transgresores previstos para ocasiones extraordinarias y que se encuentran alojados en la región profunda de su cerebro, agazapados entre repliegues celulares, con conexiones entre axones disimuladas e interrumpidas hasta que reciban el estímulo correspondiente. Saben que una vez liberados por influjo de los cantos lunares, de las vibraciones inconfundibles que alteran la parte reptiliana arrasan con barreras y trabas, encuentran el camino que conduce a las puertas entreabiertas de la liberación de pasiones fáunicas. 

De ese canto ancestral —alguna vez identificado erróneamente y confundido con el de las  sirenas resonando en la vastedad de mares ignotos—  originado en los saltitos imperceptibles de una luna en estado de sublevación, en estremecimientos espasmódicos que recorren cadenas montañosas, abismos delgados y volcanes mudos, por rayos inquietos transformados por capas de polvo nerviosos y alterados.

Ahora el ritmo del sistema planetario local luce aquietado, sosegado. Los lobos lunares que aullaron reclamando un lugar privilegiado en la organización se refugian en caminatas errantes. Tratan de pasar desapercibidos en bares de aspecto lúgubre pero acogedores, en barandas hospitalarias que les permiten sentarse y saborear sus recuerdos inmediatos. Los largos desfiladeros de paredes de ladrillo mantendrán grabados jeroglíficos y runas mágicas que contarán —para los iniciados— las aventuras desbocadas que sucedieron pocas horas atrás.  

Algunos de esos relatos se convertirán en leyendas y serán tergiversadas cada vez que sean evocadas, la mayoría serán olvidadas, excepto las que transformadas en recuerdos individuales perduraran para ser conjuradas en rondas rituales rodeando a fuegos sacros, o convocadas en confesiones melancólicas a nietos de mirada incrédula.

Y todo se retarda porque todos llegan tarde. El amanecer se distribuye alargando su duración. Con temor a ser interrumpido, con el recelo de provocar alarmas que desemboquen otra vez en excesos. Tibiamente se asoma el sol, su mayor esfuerzo se concentra en brindarle a la luna la mayor energía posible para que se recupere, para que sea nuevamente ella. En estos momentos de ruptura de rutinas el sol toma conciencia de su importancia y la de la luna, del  lugar que ocupan en la historia, de su vigencia en el presente y la imperiosa necesidad de su presencia en el futuro. Hasta se animaría a decirle que la necesita, pero no se atreve. No sería congruente con el rol asignado de dioses paganos y astros celestes.

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