26/02/2013 Soledades.

Se impone la soledad en este amanecer. Se disuelve en lentas caminatas individuales que recorren senderos sin demarcar. Son paseantes de madrugadas escondidos tras rastros de fantasmas y espectros. Sus pies siguen sin pensarlo las huellas de recuerdos que agobian. Sus ánimos libran escaramuzas inútiles contra un pasado agotado y un futuro incierto, pero con promesas de triunfo.  Se mimetizan con la oscuridad en retirada, se pintan de tristeza, se visten de melancolía. Ojos inquietos que se sobresaltan por sombras irreconocibles. Irrumpen canciones de ausencias que flotan bajo las copas de árboles todavía sin despertar.

Las calles son solitarias figuras recortadas contra un aclarar suave, tamizado por minúsculas redes que atrapan sueños, les cortan su libertad, acorralan su vuelo sin destino. Las veredas —hoy sumisas cintas transportadoras de caminantes— observan desde abajo las alegrías y las angustias arrastradas por los ocasionales paseantes sin rumbo. Los relojes permanecen estacionados sobre columnas verticales, sin movimiento en las manecillas, sin tic-tac en su vocabulario. Un ave parda con manchas de rojo en su cabeza busca comida en barandas blancas ausentes de bichos.

Solo el ruido de los coches acompaña la salida del sol. Solo el estrépito de las motos circulando como cantores de coplas quebradeñas, interrumpe el paisaje extrañado de movimientos bruscos. La sensación de “falta algo pero no sé qué es” se extiende sobre el ejido urbano, se acumula hacia el centro de la ciudad.

Negocios boquiabiertos comparten puertas abiertas y ventanales asombrados. La vida se cuela desde afuera y se entremezcla con pesares nocturnos. Tazas de cafés taciturnos son revueltas por manos intranquilas sin planes específicos.  Medialunas del día anterior navegan en platos olvidados en remolinos de mesa centrales. Servilletas sin letras dormitan al amparo de iluminaciones difusas, tenues. El único detalle diferente son los carteles indicadores de baños que indican el sentido de huidas y excusas.

Horas pintadas de silencios. Tal vez un poco más. Tal vez un poco menos. Cabellera raída, lejana de sus raíces y contenida por alguna gomita que permite dibujar una trenza sobre el cuello. Anteojos descuidados. Manos que se desploman sobre la superficie de la mesa. Y el interrogatorio al fantasma sentado enfrente que lo acompaña en su nostalgia. A ese espectro que ingresó por la puerta entornada sin permiso. Instalado en la silla no es invitado a compartir ese espacio de solitud —estar solo por voluntad propia y disfrutarlo—. Solamente es aceptado jugando a los espejos que reflejan historias sin posibilidad de retorno.

Tal vez un recuerdo campechanamente se posó sobre las hojas del diario abierto en los avisos clasificados. Es posible abandonarse a esa evocación reinterpretada por el paso del tiempo y la sucesión de otros hechos y se habiliten posibilidades no exploradas. Quizá se adentre en presentes abortados, en presentes diferentes. Y la mente juega en ese laberinto de potencialidades truncas. Y de la ausencia surge la presencia renovada, la realidad idealizada que nunca se concretará, que por el resto de su vida será una quimera trunca, un refugio en los momentos de tristeza. Y se refleja como sombras en el rostro impasible, casi pétreo, de facciones rígidas. Y son como manchas invisibles que giran sin cesar. Son los ojos los que determinan el tiempo. Se adivinan que existen, no se detectan. 

Él sabe. Para cada pregunta que elabora en su especulación metafísica, es la voz del espectro  la encargada de responderle. Son palabras que le presta desde lo profundo de su ser. Son las evidencias de dolores antiguos y promesas ausentes.

Son lágrimas que se detienen sabiendo que serán inoportunas. Nada puede interrumpir un diálogo sin vocablos, sin secuencia lineal. Son solo ideogramas que se entremezclan en distintos planos y se descuelgan por universos paralelos de líneas curvadas y tiempos diacrónicos. Es un bar poblado de duendes aviesos. De seres engendrados por la memoria melancólica. No hay música, no hay parroquianos, no hay televisores de noticieros desinformados, no hay desayunos.

Hay solo personas acompañadas por ellos mismos.

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