23/07/2913 Amanecer colorido

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La ciudad sueña influenciada por un dormir sin sobresaltos. Contagiada por el ritmo sosegado de su superficie, con escasos chillidos de neumáticos, sin ser alterada por el rugir de motos o ciclomotores, con la ausencia total de bicicletas y skates, con la escasa presencia —casi nula — de paseantes que paso a paso recorren veredas tratando de descubrir las pequeñas fisuras en la uniformidad urbana. Imágenes plácidas se suceden unas a otras: copos de nieve bailoteando desde nubes extensas como una pradera de lomas apenas perceptibles y acompañadas por música bucólica del renacimiento tardío; aceras tapizadas de blanco ocultando pisadas y evidenciando caminatas erráticas; osos polares de piel nevosa rascándose la espalda contra muros de ladrillos sorprendidos; pingüinos de andar nerviosos parloteando mientras buscan acantilados para arrojarse al Suquía.

Y la noche se agota en el ocultamiento de una luna achatada en su lado inferior, ocultando los cráteres que deforman su rostro. Las pocas nubes erráticas frenan la helada a kilómetros de altura, tratando de proteger de las capas más frías. En su esfuerzo por sobrevivir se tiñen de rojo intenso en los bordes orientales. En su lucha sin posibilidades de triunfo se embarran hacia el centro y se van deshilachando dejando ver partes de un cielo celeste. Y el morado se extiende, el barro se diluye. Se transforma en una amplia carpa beduina desafiando vientos desérticos. Iluminada por fogatas subterráneas, se encienden las nubes y se animan a encandilar con sus reflejos y extreman sus paletas de colores. Exprimen los tubos convirtiéndose en olas de mar calmo, arrojando espuma sobre la ciudad. El techo se incendia, se precipita en una catarata bermellón. Avanza sobre el centro arrastrando grises, Se torna oro y luego amarillo. Un avión se eleva buscando horadar las alturas, sus luces intranquilas parpadeando engalanan el ahora ocre apagado que reina. Pronto el sol barrerá con todos los matices.

Los búhos rezagados avisan a los que ya se retiraron. Que abran las ventanas, corran cortinados y se asomen al amanecer. Un amanecer que como nunca desparrama sinfonías de colores y multiplicidad de tonalidades. Que se apuren porque el amarillo anuncia el último acto del amanecer. En tanto alondras desafiando el frío se detienen en las esquinas buscando bancos improvisados para sentarse. Se pierden en los remolinos que proponen las nubes mutando de colores. Hoy semejan arco iris gaseoso, cambiante. Palabras desordenadas buscan rimas que describan el espectáculo. Saltan interjecciones de sorpresa que se deslizan hacia el interior, a transformarse en recuerdo. Se olvidan de la temperatura y sacándose los guantes aplauden. Perciben la aparición del sol y se quedan aguardando. Buscan espacios sin edificios que le oculten la vista. Quieren sentarse en el aire, abandonarse a las brisas inexistentes, Tal vez sueñen con volar sin pausa dejando su sombre en el amarillo que encandila. Todo apunta al este. Las nubes ya son grises.

Tímidos pájaros se animan a navegar entre edificios. Perros callejeros se asoman bajo umbrales acogedores, las copas de los árboles regalan gotas de humedad concentrada en la noche. La ciudad abandona sus sueños y va recuperando su movimiento. De a poco el ritmo se acelera.


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