Nerviosa. Así se encuentra la ciudad en este pre amanecer. Los silencios de las calles en los barrios se convierten en pistas de baile de ritmos frenéticos y sonidos groseros al acercarse al centro. Avenidas decoradas con luz amarilla soportan ritmos de velocidades en aumento. Neumáticos que frotan contra el pavimento, elevando aullidos lobunos que protestan por la partida de la oscuridad. Camiones desvencijados que van rumiando su repertorio de quejas, mientras sus piezas oxidadas claman por rozamientos agudos. Motos dibujando con sus estrépitos a barras bravas en camino al campo de lidias. Bocinazos impetuosos apurando a pasajeros rezagados que se demoran tratando de abandonar el sopor nocturno de camas solitarias. Vehículos que van arrastrando su pesada historia de violencias y agresiones.
Semáforos atónitos, dudando entre acelerar su intercambio de señales o directamente dejar librado al azar el orden del tránsito quedándose sin dar servicio. Luces delanteras que se confunden al pasar sin avisos ni precauciones. Seres metálicos de dos ojos que semejan ciclopes de uno, o mutan a alienígenas de cuatro ojos al juntarse puerta con puerta para recorrer el pavimento impávido. Transeúntes que siguen su derrotero sin poder aislarse del desorden imperante. Salen de avenidas buscando refugio en calles más tranquilas.
No lo logran. La excitación brota de una ciudad de sueños caóticos. De pesadillas angustiantes que la sacudieron toda la noche. De revolverse sobre sí misma durante horas interminables de vigilia. De sentir cosquilleos recorriéndola sin encontrar motivos.
Fantasmas, espectros, aparecidos. Ellos poblaron las fantasías nocturnas de una ciudad indefensa. Ellos recorrieron recovecos, se escondieron en cada recodo, se guarecieron en meandros perdidos en la noche. Desalojaron con descuido a enamorados melancólicos, taciturnos y apesadumbrados que poblaban plazas y refugios calmos. Se transmitieron relatos de muertos, desapariciones, apariciones. Galeones sin historias ni nombres naufragaron en pasadizos sinuosos de riberas custodiadas por edificios y señalizadas por luces amarillentas pálidas de temor. Carros fúnebres husmearon en cada puerta celosamente cerrada buscando pasajeros para acompañarlos. Hordas de jinetes sombríos, de capa negra y nariz oculta se desparramaron por el ejido haciendo brotar requiems lastimeros con sus cascos sin herrar. Un hálito helado acarició la superficie durante horas haciendo brotar una bruma tenebrosa desde grietas ocultas.
Sobresaltada, casi con angustia, la ciudad reaccionó. Se despabiló sintiéndose alterada, temblorosa, intranquila. Rápidamente se percató de lo insólito de la situación. Se reconoció crispada. Observó. Y entonces convocó a las aves para que entonaran sonatas barrocas, a los árboles para que regaran veredas inhóspitas de savia sedante, a los augures adormilados para que rociaran vehículos desatados con pociones de bálsamo traídas desde lo profundo de sus historias, a enanos cansados del trajinar nocturno para que vertieran en los ríos subterráneos de lava líquidos analgésicos.
Y ayudada por un cielo azorado, que no atinaba a reaccionar, la ciudad comenzó a revertir la situación. Se aplacaron los movimientos frenéticos. Se asordinaron los sonidos estrepitosos. Las calles tendieron a recobrar su ritmo de amanecer veraniego disfrazado de otoñal por unas horas. Los paseantes que se habían refugiado en cavernas aisladas se animaron a asomarse tímidamente. Los semáforos restauraron la armonía en el tránsito. La ciudad fue alcanzando equilibrio.
El cielo saludó con satisfacción. Una sonrisa amarilla brillante, rociada por la luz del sol oculto en las alturas, desgajó el gris del techo nuboso. La quietud de nubes cansinas, estacionadas en espacios amplios sin demarcar llevó el contagio hacia la superficie. El sol se animó en un rapto de euforia y perforó obstáculos desparramando rayos encandilantes. Durante un rato jugó a las escondidas entre edificios temblorosos y se luego retiró a su morada para meditar sobre lo ocurrido. Su rutina es la de detectar anomalías y registrarlas, junto con sus consecuencias para hechos semejantes en el futuro.
Todos colaboraron con la ciudad. Trenzaron y revivieron pactos antiguos. Las nubes hoy serán escudo protector contra histerias que irrumpen ocasionalmente desde el lado oscuro. Agazapadas aguardan su momento de gloria, de victoria —escasos pero influyentes—. Los enanos suspendieron la forja en sus calderos y no diseminarán calor. Serán desactivadas alarmas y procedimientos de emergencias. Solo algunos permanecerán atentos, pero todos se esforzarán en mantener el equilibrio necesario para que la ciudad despierte como lo hace siempre.