18/02/2013 Fresco

Llovizna suave. Fresco que por la falta de costumbre se transforma en casi frio. Calles mojadas, veredas recorridas por suaves películas húmedas donde quedan reflejadas pisadas demoradas de una noche distendida. Luces que hoy se apagarán más tarde, prolongando la sensación de túneles urbanos. Grises que abundan, colores que escasean. Edificios que dibujan contornos lineales contra un cielo plomizo, veteado de claros anunciando el despertar. Cantos de pájaros que vuelan esquivando gotas. 

Los sonidos se contagian. Recorren espacios entre obstáculos. Rebotan en trayectorias calculadas y previsibles. Se transforman en ecos repetitivos. Convierten el silencio en sinfonías apagadas, monocordes. Hoy no hay irrupciones de motos que alteren una calma somnolienta. Hoy hay más vehículos que peatones. 

Pasos recorriendo senderos marchitos de todo color. Solitarios náufragos perdidos, navegando por el medio de torrentes sin agua. Buscando timoneles expertos que los conduzcan a sus destinos diarios. Buscando a timoneles idóneos o improvisados pero intrépidos, que se arrojen a la aventura sin titubear. En estos momentos carece de importancia la forma, lo elegante. Solo el deambular disfrutando la ausencia de calor agobiante. Hay un oasis en medio de la agresión climática de los últimos tiempos. Existe un intervalo en la continuidad del desierto inhóspito en que se mimetizó la ciudad. Las palabras se desplazan sin ser  pronunciadas, tampoco son oídas, nadie repara en ellas.

Pero las historias mínimas continúan su evolución. Memes independientes surcan los aires. Se montan en cables de luz o teléfonos, se deslizan en secreto por pasadizos neuronales. Se escudan en esquinas redondas. Se confunden y se mezclan. Dan origen a narraciones nuevas. Flotan entre gotas descuidadas, se empapan de soledades. Convierten imágenes en vocablos. Se transforman.

Y en algún momento, desprevenidamente, anidan en el cerebro de un paseante distraído. Tejen relaciones eléctricas, inauguran sinapsis, recuperan trayectorias olvidadas. Se van recreando, ahora bajo el prisma de la experiencia individual de cada persona en que se alojan. Y sienten un recorrido que los estremece. Semeja una luz que irrumpe desde las alturas, es arrojada aviesamente desde alguna azotea, que se desploma pesadamente trajinando heridas antiguas.

Porque la soledad del caminante sin rumbo es el imán inconfundible, infaltable que invoca a los relatores de historias peregrinas. De narraciones sin dueño buscando que los adopten. Personajes sin rostros necesitados de ser personalizados. De soles extraviados y nubes erráticas. De colores difusos que necesitan ser contenidos. De melodías que precisan de sonidos armónicos. 

La luz es cada más fuerte. Los límites entre fantasmas internos y urbanos se van alejando. Se ignoran siguiendo su camino, se separan en encrucijadas sin carteles indicadores. Y en las caras de los paseantes se dibuja la identificación del ánimo matinal. Esperarán otro día para evolucionar y mezclarse nuevamente. Inaugurarán mitos o simplemente continuarán desde su descanso diario.    

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