16/07/2013 Introspección

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Luces apaciguadas, danzando con un ritmo monótono, con sonidos casi imperceptible. Solo irrumpe estrafalariamente el estrépito de una moto que se lanza por calles amplias. Calles que hoy son más amplias porque lucen abandonadas, olvidadas por autos, con colectivos escasos. Hoy el apuro quedó relegado, todos transitan sabiendo que el tiempo se alarga, se estira. Que a pesar de salir a la misma hora llegarán antes. Sin nervios. Hay conductores que manejan relajados, desparramados en sus butacas. Sin noticias públicas que los crispen, solo con música que acompañe el fluir de las calles.

Los cursos de agua que atraviesan la ciudad acompañan. Deslizándose por las mismas pendientes cotidianas, pero hoy tienen tiempo de observar las altas paredes de La Cañada que lo encajonan, lo comprimen. Un paisaje reluciente en el medio de edificios todavía silencioso. Una modificación y construcción necesaria que lo vuelve al río Suquía más previsible trasladando su furia aguas abajo, pasada la ciudad. En el inventario ciudadano hay ausencias notorias, normales en el invierno, sin importar temperaturas, sin depender de borrascas sureñas. La más llamativa es el canto de los pájaros. El silencio resguardado del frío desplazó a canciones de loas a amaneceres coloridos, a música que brota del aire, trazando partituras en trayectorias aleatorias.

El alba va recuperando esplendor. Con parsimonia. A destajo de colores. Una franja ocre, de arena colorada, emerge desde el horizonte, se desparrama por la parte inferior de la ciudad. Resalta edificios, inaugura el tiempo diario de sombras, que se alargarán, se contraerán y giraran sobre ejes invisibles.

Los solitarios se abandonan en sillas cercanas a las mesas. Piernas extendidas, abandonadas a la fuerza que los arrastra al centro de la tierra. Piden cafés, con leche o sin leche, con azúcar o edulcorante, con medialunas o criollitos o nada. Con cucharitas que se marearán rotando una y otra vez mientras la mañana se fortalece. Son almas que ocultan soledades profundas. Esconden amores escapados, ausencias amenazantes, perdidas invalorables. Incapaces de encontrar palabras que las describan. Algunos, en un momento de debilidad, conversan con mozos impersonales tratando de hallar el eco de sus palabras.

Desgranan largas explicaciones metafísicas, que a veces irrumpen en temas místicos. Tratan de oírse como si se lo contara un tercero. Se ponen en su lugar, se hacen solidarios de su profundidad. Tratan de descubrir las claves que le permitan desencriptar sus miedos, sus angustias. Se comprenden a si mismo en los detalles en los que nunca repararon. Muchas veces se amigan consigo mismo, otras se pelean y deciden no hablarse más. El resultado es el mismo, hundirse cada vez más en la individualidad. En estas madrugadas los sueños flotan buscando dueños, los recuerdos se lanzan a danzas inéditas revelando detalles ocultos e interpretacione s escondidas. Es descubrir capas inexploradas, es bucear en pozos recién abiertos a la experiencia.

Mientras el sol comienza a encandilar. Y todo se vuelve actividad,


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