Corrido por la primavera el frío adoptó la estrategia del amanecer. De a poco, hasta casi con delicadeza se va colando en todo intersticio que brota de paredes, puentes, aceras. Empujando desde el sur y cada vez más osado, siempre tenaz, caprichoso con berrinches que se convierten en bocanadas fugaces, va logrando establecerse por unas escasas horas. Para lograrlo utiliza las horas nocturnas y descansa en las diurnas. Saca ventaja de la oscuridad y no da pelea mientras el sol se instala en la bóveda. Trata de pasar lo más desapercibido posible. Se esconde bajo tierra como torrentes subcutáneos recorriendo el interior de la ciudad adormilada. Se agazapa detrás de cada puerta y sorprende a los desprevenidos lanzándoles bolas heladas e invisibles a las caras indefensas.
Y el cielo se va contagiando de a poco, sigilosamente y ocultándolo se va enfermando de a poco de invierno. Las nubes son la profecía de oráculos secretos y profanos. Se tiñen de bermellón brillante y se acuestan sobre el horizonte salpicado de construcciones, reflejo de témpanos encandilados por millones de peces luminosos. Frágiles reflejos que no transmiten color, que se diluyen hacia el centro, oprimidos por grises de tonalidades desparejas. Lucha invisible entre los colores, sin ganador posible, solo la competencia que termina en celebración de empate. La dinámica hace avanzar y retroceder a las nubes como mareas pendulares, Interviene el naranja, se apresta el rosa.
En un supremo esfuerzo, liberando fuerzas inconmensurables, lanzando aullidos de victoria efímera, el bermellón ahoga a todos los demás. Se extiende como una manga de langostas pintarrajeando todas las nubes, convierte la uniformidad en mil pliegues sombreados. El rosa que expone su empeño tenaz se apodera del espectáculo. Es seguido por admiradores extasiados. Olvidados del frío que los envuelve retoman sueños, recuperan melancolías, se lanzan a la aventura siempre inconclusa de inventar metas utópicas para el día que irrumpe.
Se imaginan domando hipocampos nubosos de colores vivos, o montados sobre águilas indómitas susurrando canciones de libertad, o arropados sobre dragones orientales reptando entre desfiladeros buscando la flor misteriosa de aromas nunca soñados, o sumidos en carrozas de tomates tirados por corceles sin herraduras buscando la doncella prófuga de hechizos, o gambusinos perspicaces encontrando el brebaje mágico que los convierta en cometas para remontarse hacia las estrellas ocultas por los rayos del sol.
Y el sol, león por antonomasia, asomando desde su cueva enterrada bajo el horizonte reclama su dominio por derecho otorgado desde los orígenes de la naturaleza. Con sus bramidos ensordecidos por manadas de nubes descarriadas, lanza su amarillo anaranjado desde lo profundo de sus hornos irreductibles. Y espanta todos los colores, huyen sin quejarse, agotados por su tarea, finalizada su energía diaria. Se va transformando en amarillo. Las luces se apagan. Todas las ventanas dejan de parpadear. Sólo las serpenteantes calles quedan marcadas por hilos blancos de vehículos que se acercan o trazos rojos de los que se alejan,