13/03/2013 Harvey

13/03/2013 Harvey

Es un día de estación anticipada o un día que se confundió. Es un día mimetizado de otoño. Tempranillo. Es una advertencia de un futuro muy cercano, un aviso que nos vayamos preparando y ambientando —no solo nosotros, todas las especies, todos los seres vivos—. Es un calendario fijado hace muchos años, definido varios siglos atrás. Se trata de un producto que reconoce varios orígenes. El principal: la observación que derivó en descubrir repeticiones, de intuir ciclos que se reiniciaban bajo las mismas condiciones y eran sucedidos por otros, pero siempre en la misma secuencia, el mismo orden. Con el tiempo llegaron a la conclusión que los lapsos de tiempo eran uniformes. Y la intuición dio lugar a normas que estructuraron un saber analítico. 

Épocas de cultura ágrafas, de transmisión de conocimientos a través de rimas, leyendas, mitos. La necesidad de lograr que los saberes traspasaran las barreras individuales y se transformaran en públicos, que se acumularan y perfeccionara. Su aplicación en la agricultura, migraciones nómadas lo hicieron indispensables. La vida y la muerte se integraron a esta concepción. Los misterios, que daban credibilidad y aceptación a lo inaceptable. La conversión del caos en cosmos. 

Siempre inclusivo. No había nada del ámbito humano que no ingresara en este paradigma. Ni sus circunstancias quedaban fuera. Épocas holísticas, de evolución del cerebro, de consolidación de lo humano, de las fratrias a las tribus, a las ciudades, a las confederaciones.  

Esta era la charla con Harvey a la mañana, mientras caminábamos absortos por las calles que aguardaban la corriente cotidiana de vida. Vista inesperada pero ansiada. Repetida a lo largo de muchos años, pero sin establecer un ciclo regular. Traía una sorpresa. Luego de leer, analizar, disfrutar de acuerdo a sus palabras, de mis escritos mañaneros, me autorizó a contar nuestra historia y revelar su existencia, 

Todo comenzó siendo muy chico. Estaba atrapado por la película que pasaban en la televisión. Un “aparato” inimagible hoy: enorme, de tubos, por supuesto en blanco y negro y con rayas horizontales jugando a ser señales de barberías en ciudades yanquis. Solo, tirado en el suelo y rodeado de migas de galletitas mi atención estaba monopolizada por el relato. Sin entenderla bien el sentido me era conocido, transitaba por experiencias reconocibles. Una persona ingenua, sosegada tenía un amigo, como todos que tienen varios. Pero éste era especial, nadie lo veía, nadie sospechaba de su existencia. Excepto James Stewart, muchos años más tarde cuando descubrí  la sutil diferencia entre personajes y actores supe que era su nombre. Luego pude compararlo con Luis Sandrini, luego elevarlo a la categoría de monstruo.

Pero derrapé por la banquina. Miraba la película totalmente cautivado y sumergido en ella, cuando saltó de la pantalla. Se paró delante de mí, al costado del aparato, y con voz que me sobresaltó pero no me asustó dijo solamente “hola Carlitos”. Había tratado de imaginarlo mientras seguí asu historia. Lo creía más bajo, no tan blanco, de pies normales que ahora se revelaban grandes. Peludo, cubierto como si tuviera un traje de acuanauta pero de pelos blancos. Orejas muy largas, eran como las antenas de la otra serie que también veía. “Me llamo Harvey” , cosa que ya sabía. Ahora de pie, mi cabeza apenas alcanzaba su cintura, que en realidad no tenía. Manos con dedos alargados, casi morados. Pude ver sus ojos, negros, llegaban lejos, tanto que no podía distinguir el fondo

“¿Por qué tan solo?. Tu llamada penetró en mi receptor y aquí estoy”. Una sonrisa empujó a cada palabra hasta mis oídos. En ese momento aprendí. Me acostumbre a su voz, a su aroma tan peculiar que me recordaba el terreno baldío cerca de la estación de trenes invadidos por cañas altas y gruesa y donde jugábamos a que los pasajeros no nos vieran mientras les hacíamos muecas de burlas. Supe para siempre de su amistad, de su necesidad de contar historias y la mía de refugiarme en sus sonidos.

Fue poco lo que hablamos. Fue una presentación que no necesito de discursos, ni explicaciones, ni aclaraciones. Todo se iría decantando con el tiempo. Ahora que estoy autorizado puedo develar algunos secretos, confidencias susurradas, enojos mal reprimidos, conversaciones íntimas. De ese recuerdo emerge —un acto fundacional—  su tarjeta de presentación. Sólo lo pueden ver quienes creen en él. Tiene muchos amigos y tuvo muchos más. No tiene edad, pues nadie le pudo aclarar su fecha de nacimiento. Recuerda una familia de crianza pero no una de lazos sanguíneos. Tiene muchas casas, pero no habita ninguna. Se desplaza de hogar en hogar visitando compinches de fantasías. Relata sus experiencias pero cambia los nombres, Muy pocas veces abraza, muy pocas veces calla.

Con él recorrimos capítulos de mi vida, desenterramos historias, planificamos hazañas a través de sus remembranzas. Como hoy caminamos conversando, asombrándonos del espectáculo que nos brinda la vida.  

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