12/03/2013 Caminando con espectros

Oscuro sobre oscuro. Las sombras de los edificios se distinguen en la noche por ser un poco más negros. Nada más. La llovizna es una suave cortina que impide a la luz recorrer distancias que arriben a los ojos. La uniformidad se expande, ocupa todo, abarca la visión completa. Se arroja desde el horizonte zambulléndose en el interior de cada persona que transita la ciudad. Es un panorama de ausencias, de faltantes. 

Me gusta sentir las gotas resbalar por mi piel. Me siento con otro ánimo. Salir del refugio y buscar la aventura, lo desconocido. El peligro antojadizo y escondido detrás de casa árbol. Adivinando acechanzas en puertas que amenazan abrirse y liberar enemigos. Escuchar atentamente ruidos delatores de trampas tendidas por extraños. El cuerpo en tensión, atento a cada paso, expectante, listo para reaccionar. La mente activa, neuronas en plena acción, sentidos alertas. El cerebro reptil, la parte más antigua del mismo tiene el control, satisfecho se ríe y disfruta del momento.

Y a medida que el sendero se hace conocido, que el cuerpo entero se desenvuelve en terrenos familiares, otra parte del cerebro se va imponiendo. Ya no es el peligro de fieras salvajes, de depredadores que buscan alimentarse. Es la sensación de no estar solos, de estar acompañado de sombras sobrenaturales. Espectros desconocidos, fantasmas irreconocibles. Ocultos tras los pliegues del viento, bajo la corteza de los árboles, sumergidos en el agua que corre junto a los cordones.

No hay canto de pájaros, solo el viento moviendo hojas, haciéndolas chocar una contra otra. Y el silencio es interrumpido solo por silbidos sin armonía. Cada paso es un imaginar ser sorprendido y asustado. Pero la curiosidad se va imponiendo. La memoria recupera historias de aparecidos.  Cada rincón tiene su rugosidad, su juego de contrastes que permite interpretar formas y asignarles nombres. Entonces el juego es caminar juntos con el aparecido que necesitamos, que soñamos volver a ver, a comunicarnos. Para manifestarle nuestros enojos, nuestros secretos, nuestras confidencias o simplemente para pedirle perdón. Limpiar deudas.

Hay transeúntes acompañados por nadie, conversando con nadie en voz alta. Esquivando chorros de agua de lluvia que se deslizan a lo largo de paredes sin color y que salpican pantalones arrugados. Gestos indescifrables acompañando a palabras que brotan desde la culpa o la soledad. Senderos en penumbra que se cierran sobre los caminantes. Conversaciones que no se registran, ni se graban. Diálogos interiores que nadie escucha.

Porque la noche se prolonga. La llovizna tercamente sigue descolgándose de las nubes estáticas. Y contradictoriamente parece que esta situación es eterna. Que nunca acabará, pero una certeza oculta se abre paso en las tinieblas: la luz arrastrará el final iluminando el camino, vistiéndolo de colores  intensos. Y que la afonía del ambiente será reemplazada por sinfonías abarcadoras de sonidos interminables.  

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