08/07/2013 Amanecer sin colores

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El almanaque está eufórico y se encuentra enviando precipitadamente mails y cartas documentos. Es que en las últimas semanas fue objeto de agravios y tratamientos poco corteses y mal intencionados. Lo acusaron —entre otras cosas—  de embustero, subversivo estacional levantado contra leyes naturales, de manipulador de fechas ancestrales y tradicionales; hasta de desestabilizador de ritmos solares. Fue juntando pacientemente misivas, mails; grabando programas de radio, recortando noticias en diarios, videos fieles de espacios televisivos dedicados a chimentos; hasta mecanografió memes que circulaban por las calles de la ciudad.

Hoy el frío se precipitó desde el fin de semana acompañado por la ausencia de calorcito. Nubes finas pero con entramado conciso se despeñaron desde alturas ya húmedas bajaron el techo del cielo, lo acercaron a la superficie haciendo que la sensación sea más palpable,  màs evidente. Todos se fueron sintiendo encerrados en una enorme heladera de paredes virtuales, casi aplastados desde arriba, sin luces que atenuaran el efecto..

Todo en la ciudad se alteró. Los placares sufrieron el movimiento de perchas pesadas apoderándose de los lugares más cercanos a puertas todavía cerradas. Los guantes se montaron a horcajadas de pañuelos de seda, las bufandas desplazaron a corbatas olvidadas, los pulóveres de mangas largas y cuello amarrete reemplazaron a los chalecos de manga corta. La lana desplazó el hilo. 

Las calles se fueron poblando. De a poco. Entre el día sándwich entre días no laborables y los comentarios radiales advirtiendo exageradamente las inclemencias climáticas, la salida a la calle fue demorada. Y los transeúntes son sombras que se extienden por aceras. Los espectros se pelean y sacan turnos para poder asustar a algún desprevenido o acompañar las penas insustituibles de solitarios sufrientes.

Imagen generada por Gemini

Los colectivos descansan haciendo su recorrido habitual; practican tai chi mecánico; Relajación en movimiento aprendido por experiencia y perfeccionado en cursos y seminarios. De esos que se rieron y menospreciaron. Hoy con escasos pasajeros ruedan por las calles relajados, alejados de prisas y malhumor. Pendientes solo de los semáforos pétreos en las intersecciones habituales. Hasta faltan los babiecas que se lanzan a cruzar a pie sin mirar, sin tomar precauciones, sin respetar luces rojas o lanzándose al pavimento lejos de las esquinas sin rayas blancas que habiliten pasos.

En el cielo nubes opacas. Devolviendo grises, amenazando inclemencias. Vistiéndose de estampidas sin control. Un aire opacado por el polvo levantado por los caballos de carros que arrastran fríos desde ventisqueros de hielos eternos. Traduciendo galopes en vientos helados. En silencio porque no es necesario asustar con tormentas y borrascas, esa es la segunda fase en todo plan invernal. Se guardan para el clímax el anuncio de distracción, el golpe maestros; pura propaganda intencionada para cambiar la imagen, de la inminente llegada de la nieve. Con su llegada y la transformación de la ciudadl en praderas blancas, la gente bendice al invierno y le agradece el espectáculo. Pero estamos lejos todavía de esa posibilidad. Nos enteramos que ya sucedió lejos, en montañas erguidas sobre llanuras barridas por heladas rasgando suelos.

El amanecer es astuto. Logra que los rayos del sol rasguen las nubes desde abajo por unos instantes. Y en ese momento fugaz pintan con pinceles rasgados los grises de morado. Y los pliegues horizontales tracen sombras fantasmales. No llegan las alondras audaces a festejar la belleza efímera de las acuarelas cuando se acaba. Las nubes advertidas cierran filas y curan las heridas, clausuran las grietas y vuelven a consolidar el aislamiento preparado. Todo retorna a su gris monocorde.

La ciudad se apresta a un día sin estridencia, sin novedades. 

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