08/03/2013 Partida de ajedrez

Una nube celeste pálida, una franja vertical atraviesa el cielo dividiéndolo en dos regiones. En el borde se debaten entre la línea abrupta de separación, o la transición difusa de colores decrecientes. Avanza lentamente desde el horizonte como una marea equivocada en una laguna extensa de aguas aquietadas. Y sobre el límite, se despliega un color rosado suave que es cooptado por las lanzas grises blandidas por un ejército gaseoso que se desliza arrinconado por los vientos suaves mediterráneos. Adivino al sol trepando por la malla infinitesimal que se extiende en el espacio. Va rastreando la superficie nubosa en búsqueda de una falla y al momento de encontrar una debilidad en la contextura concentra sus rayos de ataque contra la misma. Por unos minutos regala a los atentos un ojo naranja, que espía desde el amanecer oculto. Es una prueba que no ha fallado hoy. Que a la hora prevista y por las coordenadas fijadas de antemano, desperezó su aliento y envío su luz.  Las nubes se fortalecieron y remendaron la fisura. Ahora casi todo es gris acerado, excepto los atolones sin corales que se deslizan hacia el borde de la planicie opaca.

El espacio tiende a uniforme, el techo se acerca a la superficie, se hace más triste, más monótono. Sentado observando desde mi observatorio urbano, de pilares de cemento y paredes vidriadas, aislado de ruidos y de vientos, me contagio. Mi estado de ánimo resalta imágenes captadas en mi caminata y relega a otras. Sobresale la de un hombre sentado a una mesa en el bar. 

Con un tablero de ajedrez de piezas inmóviles atento a las directivas que se demoran. La mirada absorta en la distribución de los trebejos. Foto de una disposición a la que se llegó después de un desarrollo plagado de estrategia, memoria, nuevas combinaciones audaces, nuevas combinaciones tímidas. Adivino en su rostro la perplejidad por el resultado, por esa cadena de decisiones que desembocaron en una situación álgida que definió el combate en su contra. Busca minuciosamente en su cerebro la bitácora de la batalla. Trata de identificar cuál fue el momento de indecisión o distracción. En qué instante ignoró señales de la emboscada que se avecinaba, en qué encrucijada creó un artilugio que no fue aceptado.

Solitario. Conversando consigo mismo. Cuestionando su paradigma ajedrecístico para mejorarlo y evitar las mismas celadas en batallas futuras, hace caso omiso de las noticias de la televisión, que desde el rincón elevado cerca de la puerta del baño, son desgranadas monocordemente. Hasta dejó de lado la rutina de revisar los avisos fúnebres, los obituarios esquemáticos para detenerse luego en el horóscopo diario tratando de dilucidar lo que le deparará el destino en el día que arranca. Se construyó una celda de reclusión, levantó paredes de vidrios aisladas de todo sonido. Se sumergió en el silencio, cualquiera diría que se está dando un baño de la nada, que habita un espacio local de nihilismo personificado.   

La taza rebuzna que está vacía, la cucharita que desea una limpieza general. Su estómago se deshace en chillidos. Pero ignora todo, se mantiene abismado, recorriendo los senderos más profundos de su cerebro a los que puede acceder. Emite un aura misteriosa que mantiene a la distancia a los espectros habituales del local que se han congregado colgándose de la lámpara central. Apretujados, incómodos. No se atreven a gastar las conocidas bromas hacia los somnolientos pasajeros de la ciudad. No se animan a cuchichear entre ellos para no interrumpir ese momento fantástico, que roza en lo inexistente. Alguno comprende sus cavilaciones, otros esbozan sonrisas de burlas porque no entienden su conducta. Los une el respeto y la admiración, entendiendo que nunca llegarán a ese estado casi místico, profundamente ascético.

De pronto una luz irrumpe desde el tablero. Recibe del jugador analítico un grito silencioso de alegría incontenible y reacciona con un estallido luminoso que le coloca un rótulo a la instantánea que será guardada como un nuevo acontecimiento. El ajedrecista con una sonrisa inigualable e imposible de predecir, mueve sus dedos dormidos y reubica las piezas con celeridad antes de olvidar la disposición lograda en su mente tras un esfuerzo intenso. Coloca sus manos tras la nuca, cruzados los dedos y se balancea sacando a la silla de todo equilibrio estático. Bajan vítores callados desde la lámpara, se sobresaltan los ocupantes de las otras mesas sin saber que pasó, pero comprendiendo la interrupción. Hasta el locutor del noticiero calló.

Es hora de brindar. Levantó el brazo derecho lo más alto posible, incentivado por su triunfo intelectual, trazando el signo inequívoco de un café corto, cargado. Dejó que su mirada llegara al infinito, de un celular prestado se tomaron fotos para el recuerdo. El cuerpo se acomodó sin buscarlo en una posición de meditación, relajada. Los trashumantes nocturnos tuvieron su amanecer de notoriedad efímera.

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