07/06/2013 Mañana que retorna al ciclo

La ciudad se siente contradictoria, por lo menos indecisa. Se nota en su ánimo, en sus mensajes casi bipolares, en los susurros que recorren sus vías de tránsito, en los colores que no se deciden, en los sonidos que se confunden y no aciertan una melodía.

La ciudad es optimista y le gustan las rutinas sin sorpresas, por eso celebra el retorno a la normalidad climática; festeja poder sincronizar el calendario con las temperaturas. La decide a no dudar sobre la rotación de la tierra. Porque en momentos de desconcierto, paralizada por la perplejidad que nacía en su superficie y se trasladaba a su interior profundo, llegó a cuestionar la vigencia de las leyes naturales. En noches de vigilia apesadumbrada, fantaseó con que la trayectoria de la elíptica se había desbarrancado y que la ruta del sol se acercaba al trópico de Capricornio. El origen hubiera sido que el eje de la tierra había sufrido una traslación, inclinándose en su movimiento de trompo eterno con base en el polo inferior. Pero sabía que era imposible. Terremotos, desplazamientos violentos de corteza terrestre hubieran sido el testimonio de tal acontecimiento. Nada de eso pasó.

Entonces, a partir de ayer la ciudad abandonó cualquier teoría peregrina sobre el tema que la aquejaba, especialmente aquéllas teñidas de complots y conspiraciones cósmicas y las otras, originadas en procesos de delirios exultantes. Dejó de lado la lectura de libros esotéricos y panfletos oportunistas. De esos que negando la evidencia, divulgan descripciones de planeta en equilibrio inestable y la irrupción de catástrofes —Por ejemplo cambiando los polos magnéticos, alterando la inclinación del eje o recalentando su magma como un guiso olvidado en el fuego. O de una luna decidida a ser el asesino serial, desprendiéndose de su sendero habitual y desplomándose arteramente a las profundidades del mar Pacífico. O las que postulan la existencia de otro planeta ocupando la misma órbita de la tierra pero ubicado al otro lado del sol, razón por la cual no lo vemos. O de varios compañeros celestes de la tierra en trayectorias extravagantes que los mantienen indetectables,  perpendiculares a las órbitas conocidas.

En síntesis la ciudad retornó a su cordura, recuperó su tranquilidad. E inmediatamente sonaron las alarmas. Buscó la causa y desplegó su batería de prevenciones. De las localidades cercanas llegaban mensajes sobre bajas temperaturas, un cambio brusco que aunque esperado y anhelado no dejaba de ser sorpresivo por la virulencia de la amplitud. Por el brusco salto. La ciudad se sentía sitiada, amenazada. Había permitido que la continuación   de temperaturas inusuales la aletargada. Y ahora está rodeada, En un movimiento de pinzas circulares, las capas inferiores se van volviendo gélidas y estrechándola como un nudo para arrastrar carretas. Y desde la atmósfera se descuelga el hálito de Bóreas y los ventisqueros que arrojan al aire el galopar de sus corceles.

Mientras los pobladores, buscan refugio. Recurren a recuperar calor a través de sus pies de las profundidades todavía sin contagio. A refugiarse bajo aleros, balcones o protecciones de obras en construcción. Aguardan colectivos bajo paradas maltrechas o árboles protectores. Golpean los pies sobre las aceras pero no caminan en círculos. Juguetean con el vapor de su aliento que se escapa de gargantas anestesiadas. Con las manos en los bolsillos cuentan monedas, adivinando su valor.

Mañana inesperada, pero también deseada. Mañana de retomar ciclos. Mañana que anuncia nuevas posibilidades. Mañana que se abre a la vida.

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