06/03/2013 Epifanías posibles

Azul, o tal vez celeste oscuro. No es definitivo. Se presta a la interpretación, casi seguro influenciado por el estado de ánimo del observador. Pero la claridad que aumenta poco a poco les va dando la razón a los que se inclinan por el celeste. Cada vez más vivo, cada vez más intenso. Y una mancha naranja, casi amarilla que tímidamente se desparrama desde el  horizonte hacia arriba, trepando por los huecos que quedan entre edificios, árboles, postes de luz, antenas en azoteas. El placer es quedarse estático, con la respiración contenida, las defensas distraídas, la mente deambulando por universos paralelos, los pensamientos ausentes. Absorbiendo las emociones trasladadas por los rayos solares .Y la bola amarilla que pinta parte del cielo mezclando los colores. Y que se asoma encandilando a los desprevenidos que obligan a los ojos a buscar refugio, a resguardarse de su intensidad. 

Una sensación de sosiego recorre la ciudad que todavía sigue descansando. Indiferente a la rutina del amanecer. Hoy no se preocupa por descubrir detalles novedosos, hoy no disfruta con diferencias que lo transformen en algo único. Hoy está indolente. Ni se molesta al darse cuenta que hay más vehículos que de costumbre. Que aún antes que aclarara el ritmo era más intenso, más vértigo circulando por calles iluminadas en la oscuridad. Pareciera que todos están apurados por llegar a su destino cotidiano y ponerse cómodos para disfrutar del regalo tempranero de la naturaleza.

Hoy el amanecer regala un cielo sin nubes, una brisa muy suave recorriendo las veredas desprolijas de la ciudad, un silencio sin colores brotando de raíces ocultas que se transforman en sinfonías melodiosas, un aroma de flores de árboles que rodean cariñosamente a los transeúntes de la transición. Algunos de ellos lo identifican con una epifanía. Una epifanía que despertará sensaciones inéditas y que luego serán revividas como instantes de revelación, se quedarán agazapadas, silenciosas esperando el timbre que las vuelva vigentes y se conviertan también en el prisma con el que observarán su realidad.

Del imaginario se recupera la idea de paraíso extraviado, campiña europea o comarca china. Comarcas sin lugar definido, de andares tranquilos sobre suelos no mancillados. De pasos que inventan senderos mientras se pierden en trayectorias irregulares. De manos que se aferran a brisas traviesas llegando desde los cuatro puntos cardinales y que forman remolinos de vórtices zigzagueantes. De brumas que no se ven pero circundan los cuerpos humedeciéndolos con gotas minúsculas. De miradas abarcando el infinito, traspasando límites sin paredes medianeras, llegando al vacío, a la nada.

Los pasajeros que arriban desde la noche llevan como equipaje las sensaciones renovadas y castas. Sin estar contaminadas por pensamientos intencionados. Están liberadas de prejuicios y calificaciones. Ingenuas en su concepción. Tierra fértil para que florezca una epifanía. Y la encuentra, o ella es la que se revela penetrando hasta las profundidades de los secretos. Construyendo relatos originarios y fundadores, sacudiendo sin contemplaciones historias, sacando al espíritu de su modorra diaria.

Los solitarios inevitables cumplen su ritual. Sentados frente a mesas compañeras, o balconeando a orillas de las veredas, o apoyados contra barandas suspendidas en el aire, o recorriendo la orilla de La Cañada haciendo equilibrio sobre pasarelas de piedras blanquecinas. La actitud es la misma. De contemplación. De ser parte del camino que se transita y que no se comprende, no se describe, no se interpreta. Se acepta solamente. Lo reciben y le permiten alojarse en su interior. Se embeben de la nada, pueblan su cuerpo con ritmos profundos, activos invadiendo desde el borde, penetrando desde el infinito.

Son extremidades de la ciudad, sensores ambulantes, axiones despabilados que van creando nuevas posibilidades, van ampliando paraísos, campiñas, comarcas. Las van dotando de significado sin pegarles rótulos con palabras gastadas, sin nombrarlas, sin rotularlas. 

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