De dos semanas cortas laborables, lo que queda es una mini vacación en el medio. Colgada del almanaque y colorida de feriados. Ese lapso de tiempo se ofrece como un libro de aventuras de la colección Robín Hood. Abierto en una página cualquiera esperando que los personajes de Salgari se materialicen en un instante mágico y nos lleven por senderos inexplorados por la rutina. Que disfracen el ocio de descubrimiento, que conviertan estos días en eternidad. Cada uno buscará la brújula escondida en su fantasía relegada. Cada uno recorrerá anaqueles de recuerdos, gavetas de insatisfacciones, arcones de frustraciones. Cada uno tratará de recuperar restos de naufragios pasados. Cada uno tratará de seleccionar pedazos de mapas de tesoros que nunca existieron y armará periplos en las mesas de trabajo habituales.
Porque no es lo mismo que unas vacaciones programadas y que son descanso obligatorio cuando no hacen falta y necesarias cuando no se puede acceder a ellas. Estas son sorpresivas, imprevistas porque no pertenecen a la rutina anual, no son permanentes en los calendarios. Aunque se conoce desde antes del comienzo del año no están integradas a los ritmos laborales y su principio se pierde en la penumbra. El resultado es que se avalanchan pocos días antes que lleguen. En su semi ignorancia despiertan ansiedades, deseos de cambios. Terminan siendo analgésicos existenciales.
Y la ciudad, no conoce de estas costumbres cambiadas, hasta que las palpita de sus habitantes. Y los amaneceres son ignorantes de las gestas heroicas de liberación que se sueñan involuntariamente. Y el sol se entera cuando recibe el parte diario de las fantasías y quimeras liberadas durante la noche. Y la sorpresa arrebata a los transeúntes cotidianos. Ellos deben adaptarse a cambios inesperados y no previstos.
La ciudad permuta zapatos rígidos, que no dejan marca en las veredas con golpes que retumban como ecos de tambores en sus entrañas, por zapatillas de suelas flexibles, que se arrastran marcando rastros de recorridos señalados por guías turísticos o exploradores improvisados que se orientan leyendo signos aleatorios en paredes y muros.
Y el amanecer. En esta época de transición astronómica en que muda de hemisferio prepara durante su recorrido rayos sedantes para su club de admiradores tempraneros. Se despabila sin movimientos bruscos. Desparrama optimismo, luz de colores que no son arco iris. Trata de enviar señales que todo día es diferente al otro, que el siguiente sigue al anterior, pero con una marca en el orillo que le debemos coser cada día.
Y se produce el cambio repentino, inesperado. Señales confusas. Poco apresuramiento en las puertas de casas que normalmente se abren apresuradas, apretadas por el tiempo. Personajes desconocidos que se unen a la legión de trasnochadores habituales. Recorren otros caminos, adivinan espejos para esquivarlos y no reflejarse. Se zambullen en terrenos desconocidos. Sin prisa, sin destino.
Y el sol manda mensajes urgentes a la asamblea de sabios. No encuentra a nadie. Solo a un ujier, que distraído y cuestionando su demora en tomarse esos días de ocio insospechados le contesta: “No hay nadie, cada uno se está dedicando a su hobby. A las tareas que interrumpen lo cotidiano. A jugar con sus preferencias relegadas. A dejar que el tiempo consuma sus pensamientos. Hay improvisados y urgentes asuetos decretados”.
Y entonces el sol comprende y le cuenta al amanecer. Y juntos se tranquilizan. Y deciden acompañar la situación. Generan suaves y lentos despertares, colores de brillos inusitados. Obsequios que no tenían previstos. Y se contagian de la superficie. Se dejan arrastrar, se dejan llevar. Se pierden en florestas imaginadas, recuperan visiones de paraísos que habían olvidado, de relatos de aventuras perdidos en la memoria. Marcan en sus calendarios planetarios estos días festivos. Deberán crear un rótulo para identificarlo. Ya encontrarán las palabras apropiadas.
Mientras tanto, el amanecer define su coreografía, le da el guión al sol. Componen armonías con instrumentos desenterrados de nubes solitarias. Recurren a las paletas para obtener los mejores colores, convencen a los vientos de convertirse en brisas, envían señales a la luna para que acompañe, convocan a magos, espectros, brujas y seres alados para que dibujen escenarios.
Esbozado el amanecer de los próximos días, ya se pueden dedicar a su rutina. El día los espera.