05/02/2013 Libro.

Un susurro se expande por la ciudad. Se desliza por calles cerradas a la luz, por avenidas aturdidas por el ruido que producen motos hambrientas de audacia y velocidad. Las palabras murmuradas, apenas audibles, rebotan entre los bordes de los cordones produciendo recorridos zigzagueantes. Se demoran en puertas cerradas, se entretienen en ventanas abiertas:  «Hoy no habrá resistencia al calor». La estrategia será dejar que se deslice por las paredes de los edificios y llegue al suelo. Y el pavimento será el encargado de transmitirlo más abajo, más profundo. Tratar que no rebote y se transforme en corrientes cálidas que abrasen lo que se le cruce en el camino. 

Las calles sufren de ausencia. Excepto las avenidas que son utilizadas por pocos vehículos para arribar más rápido. Hoy descansan. Se extienden haciendo crujir las uniones de pavimentos y de parches descuidados que ocultan heridas. Se desperezan entre sombras de edificaciones urbanas. Con desgano se entretienen siguiendo el vaivén de las hojas suspendidas en las alturas. Agobiados por el ataque climático los pájaros remolonean en nidos escamoteados al sol.

Caminantes con brújulas desorientadas recorren trayectos aleatorios. Atrapados en la transición del día que se avecina, pueden elevar los ojos sin temor al resplandor  lacerante que se reitera diariamente. El amanecer se va acercando al mediodía en un ritual anual de cortejo natural. Y descubren paisajes fuera de los normales. Azoteas que desbordan cubos alargados monocromáticos. Enrejados protectores que coronan terrazas de ladrillos encastrados. Y formas caprichosas trazadas contra un cielo que se va haciendo celeste.

Una torre con forma de atalaya suspendida entre vigas grises. De ladrillo cuidado y desgastado por vientos escapados del desierto. Un mangrullo elevado diseñado para detectar enemigos inexistentes. Un puente uniendo dos edificios. Lazo de metal con tejido romboidal que proyecta sombras desparejas sobre las paredes que vincula. Muros inconclusos que sirven de adivinanzas sobre utilidades no imaginadas.

Y el sol descansa sobre una nube solitaria. Expande un dorado brillante semejante al acero, y alimentado por hornos ciclópeos se expande transformando sus ondas en tubos uniformes. Reflejo fiel de una estufa abierta quemando madera sin cesar. Y la ciudad se va quitando la muda de dormir que ahora no le sirve. Lentamente se va desnudando de gris y calzándose colores brillantes. Los rayos del sol son tijeras que desflecan la oscuridad. Las aceras se adornan con reflejos de colores creados en reflejos de ventanales cristalinos.

Transeúntes erráticos, parcos de movimientos se agotan en pasos sin destino. En sus rostros se vislumbran historias recientes, alegrías contenidas, penas profundas. Cada paso que sucede al otro revela el estado de ánimo y permite vislumbrar, cuando no imaginar historias mínimas. El primer síntoma es quien es el piloto que navega. La alegría guía por aguas embravecidas desafiando corrientes impetuosas, seguro de su destino, pendiente de su carga que siempre es valiosa. La pena deja que sean las corrientes subterráneas las que decidan el rumbo. Que es errático, abandonado a su destino desconocido. Miradas perdidas en puntos muy lejanos, absortos en pensamientos circulares, eluden rectas ignorando que es la distancia más corta entre dos puntos. O directamente no tiene dos puntos, Tienen uno que es el de partida y dejan al de llegada regirse por leyes estadísticas donde el azar determina consecuencias imprevistas.

Penas insondables. Almas extraviadas en sollozos contenidos. Secretos inconfesables que necesitan exorcismos imposibles de ejecutar. Futuros seguros de felicidad truncados imprevistamente por circunstancias trágicas. Rupturas en el orden natural. Pasos arrastrados por el peso de culpas asumidas. Cargas sobre los hombros que empujan hacia el olvido.

Y se cruzan desconociendo a los otros, no se prestan atención entre ellos. Eufóricos que dirigen sus pasos hacia finales venturosos. De mirada vivaz, ojos atentos al presente que es vida y al futuro que es esperanza. Caminar vigoroso en línea recta buscando llegar lo más rápido posible porque el día debe ser honrado.

Solo los reflexivos, curiosos y amantes del asombro, observan gestos, descifran miradas, trazan cartas náuticas imitando trayectorias de paseantes del amanecer. Acompañan regalando una sonrisa u obsequiando una lágrima. Captan restos de historias en estelas sin espumas. Capturan emociones en asientos vacios de colectivos aburridos. Interpretan cuadros en paredes manchadas por humedad. Escuchan sinfonías, descubren réquiems cuando hilvanan sonidos que se escapan desde las profundidades insondables del sentir humano.

Y este es un gran libro de páginas en blanco que es redactado con las palabras de todos. Y leído por pocos elegidos. Y quedará guardado para eruditos, curiosos o estudiosos. O simplemente por quienes deben extirpar penas o compartir felicidades. O todas juntas. Pero ahí está. Completo e incompleto. Pleno de vivencias, rebosante de experiencia.

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