Arranca el otoño. No se trata del otoño cronológico, no se refiere al establecido y aceptado del 21 de marzo. Este amanecer la Naturaleza —por fin— se cubrió de otoño, regó con su aroma y su melancolía todo lo que encontró a su paso. Impregnó el presente con su vigencia. Hoy es 14 de otoño y luego de una ardua batalla desalojó momentáneamente el verano.
Esta estación que despierta amores y rechazos, se va desperezando y aumentando su vigor. Esta vez se hizo rogar por muchos seguidores que ansiosos diariamente espiaban los almanaques de papel colgados de heladeras o paredes descaradas. Los pocos calendarios que subsisten —enviados al arcón del olvido por la tecnología— repiten su mensaje tradicional. Ellos fueron los que antaño nos recordaban los ciclos naturales. nos recordaban que los días se suceden ininterrumpidamente, nos recordaban que no tienen nombre propio. Nos recordaban que los ciclos son sólo una continua cadena de eslabones con números que se repiten una y otra vez. Unas hojas que se copian a sí mismas con más cuadraditos unas que otras. Y fuimos aprendiendo que los nombres identificatorios se lo colocamos nosotros. No sólo a los días también rebautizamos a los meses y a los años. Era una convención necesaria para ordenarnos.
Los días quedaban en nuestra memoria individualizados por acontecimientos públicos o privados. Individuales o colectivos. Era la huella que se registraba en nosotros y que luego al evocarlos, nos despertará melancolía, o alegría, o dolor. Un nacimiento, un regalo inesperado, un golpe, un reencuentro. Muchas personas meticulosas —u olvidadizas— dejaban marcado el casillero.
Y después supimos de otras convenciones. Por ejemplo el intento poético y político del calendario republicano francés, bautizando los meses con fenómenos naturales: Brumaire (de Bruma), germinal (de semilla), Fructidor (de fruta), y así hasta completar los 12.
Y luego se hicieron visibles otros. El lunar, calculando los años, no midiendo los ciclos del sol sino los de la luna. El mes se determina como el periodo comprendido entre los momentos en que la luna se halla en la misma fase. Son casi 29 días solares. Es el ritmo de la insobornable compañera de la tierra, y su influencia es tan grande sobre la vida terrestre que permitió y permite comprender regularidades en la naturaleza. Los ejemplos más evidentes son el ciclo sexual de las mujeres o las mareas.
Y seguimos con los calendarios babilonio, azteca, egipcio. Todos diferentes, todos iguales. Porque permitieron establecer ciclos, períodos repetitivos. Y se transformaron en una herramienta fundamental de comprensión de la Naturaleza y como actuar sobre ella. Se extendió su uso y se vistió de mitología y desembocó en religiones. Se impuso como el eterno retorno, hasta que lo reemplazó la flecha del tiempo de la modernidad.
Pero, es otoño. Palabra de origen incierto en la que se mezclan voces latinas, griegas y hasta etruscas. De sonoridad opaca siempre remite a la poesía. Imposible disociarlo de caminos cubiertos de hojas crocantes reposando en el suelo y diseminadas al azar empujadas por el viento. Días de brisas frescas que remontan al hálito de la vida, de la vigencia de la renovación. “Otoño“. En su raíz significa que llega la plenitud del año, basado en observar que la vegetación ya está en el final de su ciclo.
También se suele decir metafóricamente, que cuando las personas llegan a su madurez, que están en el otoño de sus vidas, que están en el punto más alto de la vida. Es el momento de convertirse en sabio, de transmitir sus conocimientos bañados con su experiencia. De administrar tiempos y recursos intelectuales, de edificar su legado, de señalizar su paso por el universo.
Y hoy es un amanecer otoñal. Momentos de reflexión profunda, de respiración acompañada, de equilibrio. Una salida del sol al ritmo de cantos gregorianos, salpicados por el piar de los pájaros, que además adornan el cielo ausente de nubes. Se convierte en una mañana de cafés prolongados buceando en interrogantes profundos. De esos que no necesitan respuestas, sino nuevas formas de preguntar. De esos que no requieren soluciones sino otros prismas para ver alrededor.
Es un día de apreciar el camino que se va recorriendo. De disfrutar el acompañamiento de la vida. De gozar con la velocidad del paso. De ser, pero por sobretodo de estar. Y saber que no es estar en uno mismo, sino en los demás, de ser imagen en cada espejo que nos rodea.
Y cada amanecer nos renueva el ciclo, no de la rutina, del asombro ante la maravilla de la belleza. De la renovación ininterrumpida. Ese es el espíritu de esta estación.
04/04/2013 Amanecer otoñal
Arranca el otoño. No se trata del otoño cronológico, no se refiere al establecido y aceptado del 21 de marzo. Este amanecer la Naturaleza —por fin— se cubrió de otoño, regó con su aroma y su melancolía todo lo que encontró a su paso. Impregnó el presente con su vigencia. Hoy es 14 de otoño y luego de una ardua batalla desalojó momentáneamente el verano.
Esta estación que despierta amores y rechazos, se va desperezando y aumentando su vigor. Esta vez se hizo rogar por muchos seguidores que ansiosos diariamente espiaban los almanaques de papel colgados de heladeras o paredes descaradas. Los pocos calendarios que subsisten —enviados al arcón del olvido por la tecnología— repiten su mensaje tradicional. Ellos fueron los que antaño nos recordaban los ciclos naturales. nos recordaban que los días se suceden ininterrumpidamente, nos recordaban que no tienen nombre propio. Nos recordaban que los ciclos son sólo una continua cadena de eslabones con números que se repiten una y otra vez. Unas hojas que se copian a sí mismas con más cuadraditos unas que otras. Y fuimos aprendiendo que los nombres identificatorios se lo colocamos nosotros. No sólo a los días también rebautizamos a los meses y a los años. Era una convención necesaria para ordenarnos.
Los días quedaban en nuestra memoria individualizados por acontecimientos públicos o privados. Individuales o colectivos. Era la huella que se registraba en nosotros y que luego al evocarlos, nos despertará melancolía, o alegría, o dolor. Un nacimiento, un regalo inesperado, un golpe, un reencuentro. Muchas personas meticulosas —u olvidadizas— dejaban marcado el casillero.
Y después supimos de otras convenciones. Por ejemplo el intento poético y político del calendario republicano francés, bautizando los meses con fenómenos naturales: Brumaire (de Bruma), germinal (de semilla), Fructidor (de fruta), y así hasta completar los 12.
Y luego se hicieron visibles otros. El lunar, calculando los años, no midiendo los ciclos del sol sino los de la luna. El mes se determina como el periodo comprendido entre los momentos en que la luna se halla en la misma fase. Son casi 29 días solares. Es el ritmo de la insobornable compañera de la tierra, y su influencia es tan grande sobre la vida terrestre que permitió y permite comprender regularidades en la naturaleza. Los ejemplos más evidentes son el ciclo sexual de las mujeres o las mareas.
Y seguimos con los calendarios babilonio, azteca, egipcio. Todos diferentes, todos iguales. Porque permitieron establecer ciclos, períodos repetitivos. Y se transformaron en una herramienta fundamental de comprensión de la Naturaleza y como actuar sobre ella. Se extendió su uso y se vistió de mitología y desembocó en religiones. Se impuso como el eterno retorno, hasta que lo reemplazó la flecha del tiempo de la modernidad.
Pero, es otoño. Palabra de origen incierto en la que se mezclan voces latinas, griegas y hasta etruscas. De sonoridad opaca siempre remite a la poesía. Imposible disociarlo de caminos cubiertos de hojas crocantes reposando en el suelo y diseminadas al azar empujadas por el viento. Días de brisas frescas que remontan al hálito de la vida, de la vigencia de la renovación. “Otoño“. En su raíz significa que llega la plenitud del año, basado en observar que la vegetación ya está en el final de su ciclo.
También se suele decir metafóricamente, que cuando las personas llegan a su madurez, que están en el otoño de sus vidas, que están en el punto más alto de la vida. Es el momento de convertirse en sabio, de transmitir sus conocimientos bañados con su experiencia. De administrar tiempos y recursos intelectuales, de edificar su legado, de señalizar su paso por el universo.
Y hoy es un amanecer otoñal. Momentos de reflexión profunda, de respiración acompañada, de equilibrio. Una salida del sol al ritmo de cantos gregorianos, salpicados por el piar de los pájaros, que además adornan el cielo ausente de nubes. Se convierte en una mañana de cafés prolongados buceando en interrogantes profundos. De esos que no necesitan respuestas, sino nuevas formas de preguntar. De esos que no requieren soluciones sino otros prismas para ver alrededor.
Es un día de apreciar el camino que se va recorriendo. De disfrutar el acompañamiento de la vida. De gozar con la velocidad del paso. De ser, pero por sobretodo de estar. Y saber que no es estar en uno mismo, sino en los demás, de ser imagen en cada espejo que nos rodea.
Y cada amanecer nos renueva el ciclo, no de la rutina, del asombro ante la maravilla de la belleza. De la renovación ininterrumpida. Ese es el espíritu de esta estación.
04/04/2013 Amanecer otoñal
Arranca el otoño. No se trata del otoño cronológico, no se refiere al establecido y aceptado del 21 de marzo. Este amanecer la Naturaleza —por fin— se cubrió de otoño, regó con su aroma y su melancolía todo lo que encontró a su paso. Impregnó el presente con su vigencia. Hoy es 14 de otoño y luego de una ardua batalla desalojó momentáneamente el verano.
Esta estación que despierta amores y rechazos, se va desperezando y aumentando su vigor. Esta vez se hizo rogar por muchos seguidores que ansiosos diariamente espiaban los almanaques de papel colgados de heladeras o paredes descaradas. Los pocos calendarios que subsisten —enviados al arcón del olvido por la tecnología— repiten su mensaje tradicional. Ellos fueron los que antaño nos recordaban los ciclos naturales. nos recordaban que los días se suceden ininterrumpidamente, nos recordaban que no tienen nombre propio. Nos recordaban que los ciclos son sólo una continua cadena de eslabones con números que se repiten una y otra vez. Unas hojas que se copian a sí mismas con más cuadraditos unas que otras. Y fuimos aprendiendo que los nombres identificatorios se lo colocamos nosotros. No sólo a los días también rebautizamos a los meses y a los años. Era una convención necesaria para ordenarnos.
Los días quedaban en nuestra memoria individualizados por acontecimientos públicos o privados. Individuales o colectivos. Era la huella que se registraba en nosotros y que luego al evocarlos, nos despertará melancolía, o alegría, o dolor. Un nacimiento, un regalo inesperado, un golpe, un reencuentro. Muchas personas meticulosas —u olvidadizas— dejaban marcado el casillero.
Y después supimos de otras convenciones. Por ejemplo el intento poético y político del calendario republicano francés, bautizando los meses con fenómenos naturales: Brumaire (de Bruma), germinal (de semilla), Fructidor (de fruta), y así hasta completar los 12.
Y luego se hicieron visibles otros. El lunar, calculando los años, no midiendo los ciclos del sol sino los de la luna. El mes se determina como el periodo comprendido entre los momentos en que la luna se halla en la misma fase. Son casi 29 días solares. Es el ritmo de la insobornable compañera de la tierra, y su influencia es tan grande sobre la vida terrestre que permitió y permite comprender regularidades en la naturaleza. Los ejemplos más evidentes son el ciclo sexual de las mujeres o las mareas.
Y seguimos con los calendarios babilonio, azteca, egipcio. Todos diferentes, todos iguales. Porque permitieron establecer ciclos, períodos repetitivos. Y se transformaron en una herramienta fundamental de comprensión de la Naturaleza y como actuar sobre ella. Se extendió su uso y se vistió de mitología y desembocó en religiones. Se impuso como el eterno retorno, hasta que lo reemplazó la flecha del tiempo de la modernidad.
Pero, es otoño. Palabra de origen incierto en la que se mezclan voces latinas, griegas y hasta etruscas. De sonoridad opaca siempre remite a la poesía. Imposible disociarlo de caminos cubiertos de hojas crocantes reposando en el suelo y diseminadas al azar empujadas por el viento. Días de brisas frescas que remontan al hálito de la vida, de la vigencia de la renovación. “Otoño“. En su raíz significa que llega la plenitud del año, basado en observar que la vegetación ya está en el final de su ciclo.
También se suele decir metafóricamente, que cuando las personas llegan a su madurez, que están en el otoño de sus vidas, que están en el punto más alto de la vida. Es el momento de convertirse en sabio, de transmitir sus conocimientos bañados con su experiencia. De administrar tiempos y recursos intelectuales, de edificar su legado, de señalizar su paso por el universo.
Y hoy es un amanecer otoñal. Momentos de reflexión profunda, de respiración acompañada, de equilibrio. Una salida del sol al ritmo de cantos gregorianos, salpicados por el piar de los pájaros, que además adornan el cielo ausente de nubes. Se convierte en una mañana de cafés prolongados buceando en interrogantes profundos. De esos que no necesitan respuestas, sino nuevas formas de preguntar. De esos que no requieren soluciones sino otros prismas para ver alrededor.
Es un día de apreciar el camino que se va recorriendo. De disfrutar el acompañamiento de la vida. De gozar con la velocidad del paso. De ser, pero por sobretodo de estar. Y saber que no es estar en uno mismo, sino en los demás, de ser imagen en cada espejo que nos rodea.
Y cada amanecer nos renueva el ciclo, no de la rutina, del asombro ante la maravilla de la belleza. De la renovación ininterrumpida. Ese es el espíritu de esta estación.
04/04/2013 Amanecer otoñal
Arranca el otoño. No se trata del otoño cronológico, no se refiere al establecido y aceptado del 21 de marzo. Este amanecer la Naturaleza —por fin— se cubrió de otoño, regó con su aroma y su melancolía todo lo que encontró a su paso. Impregnó el presente con su vigencia. Hoy es 14 de otoño y luego de una ardua batalla desalojó momentáneamente el verano.
Esta estación que despierta amores y rechazos, se va desperezando y aumentando su vigor. Esta vez se hizo rogar por muchos seguidores que ansiosos diariamente espiaban los almanaques de papel colgados de heladeras o paredes descaradas. Los pocos calendarios que subsisten —enviados al arcón del olvido por la tecnología— repiten su mensaje tradicional. Ellos fueron los que antaño nos recordaban los ciclos naturales. nos recordaban que los días se suceden ininterrumpidamente, nos recordaban que no tienen nombre propio. Nos recordaban que los ciclos son sólo una continua cadena de eslabones con números que se repiten una y otra vez. Unas hojas que se copian a sí mismas con más cuadraditos unas que otras. Y fuimos aprendiendo que los nombres identificatorios se lo colocamos nosotros. No sólo a los días también rebautizamos a los meses y a los años. Era una convención necesaria para ordenarnos.
Los días quedaban en nuestra memoria individualizados por acontecimientos públicos o privados. Individuales o colectivos. Era la huella que se registraba en nosotros y que luego al evocarlos, nos despertará melancolía, o alegría, o dolor. Un nacimiento, un regalo inesperado, un golpe, un reencuentro. Muchas personas meticulosas —u olvidadizas— dejaban marcado el casillero.
Y después supimos de otras convenciones. Por ejemplo el intento poético y político del calendario republicano francés, bautizando los meses con fenómenos naturales: Brumaire (de Bruma), germinal (de semilla), Fructidor (de fruta), y así hasta completar los 12.
Y luego se hicieron visibles otros. El lunar, calculando los años, no midiendo los ciclos del sol sino los de la luna. El mes se determina como el periodo comprendido entre los momentos en que la luna se halla en la misma fase. Son casi 29 días solares. Es el ritmo de la insobornable compañera de la tierra, y su influencia es tan grande sobre la vida terrestre que permitió y permite comprender regularidades en la naturaleza. Los ejemplos más evidentes son el ciclo sexual de las mujeres o las mareas.
Y seguimos con los calendarios babilonio, azteca, egipcio. Todos diferentes, todos iguales. Porque permitieron establecer ciclos, períodos repetitivos. Y se transformaron en una herramienta fundamental de comprensión de la Naturaleza y como actuar sobre ella. Se extendió su uso y se vistió de mitología y desembocó en religiones. Se impuso como el eterno retorno, hasta que lo reemplazó la flecha del tiempo de la modernidad.
Pero, es otoño. Palabra de origen incierto en la que se mezclan voces latinas, griegas y hasta etruscas. De sonoridad opaca siempre remite a la poesía. Imposible disociarlo de caminos cubiertos de hojas crocantes reposando en el suelo y diseminadas al azar empujadas por el viento. Días de brisas frescas que remontan al hálito de la vida, de la vigencia de la renovación. “Otoño“. En su raíz significa que llega la plenitud del año, basado en observar que la vegetación ya está en el final de su ciclo.
También se suele decir metafóricamente, que cuando las personas llegan a su madurez, que están en el otoño de sus vidas, que están en el punto más alto de la vida. Es el momento de convertirse en sabio, de transmitir sus conocimientos bañados con su experiencia. De administrar tiempos y recursos intelectuales, de edificar su legado, de señalizar su paso por el universo.
Y hoy es un amanecer otoñal. Momentos de reflexión profunda, de respiración acompañada, de equilibrio. Una salida del sol al ritmo de cantos gregorianos, salpicados por el piar de los pájaros, que además adornan el cielo ausente de nubes. Se convierte en una mañana de cafés prolongados buceando en interrogantes profundos. De esos que no necesitan respuestas, sino nuevas formas de preguntar. De esos que no requieren soluciones sino otros prismas para ver alrededor.
Es un día de apreciar el camino que se va recorriendo. De disfrutar el acompañamiento de la vida. De gozar con la velocidad del paso. De ser, pero por sobretodo de estar. Y saber que no es estar en uno mismo, sino en los demás, de ser imagen en cada espejo que nos rodea.
Y cada amanecer nos renueva el ciclo, no de la rutina, del asombro ante la maravilla de la belleza. De la renovación ininterrumpida. Ese es el espíritu de esta estación.
04/04/2013 Amanecer otoñal
Arranca el otoño. No se trata del otoño cronológico, no se refiere al establecido y aceptado del 21 de marzo. Este amanecer la Naturaleza —por fin— se cubrió de otoño, regó con su aroma y su melancolía todo lo que encontró a su paso. Impregnó el presente con su vigencia. Hoy es 14 de otoño y luego de una ardua batalla desalojó momentáneamente el verano.
Esta estación que despierta amores y rechazos, se va desperezando y aumentando su vigor. Esta vez se hizo rogar por muchos seguidores que ansiosos diariamente espiaban los almanaques de papel colgados de heladeras o paredes descaradas. Los pocos calendarios que subsisten —enviados al arcón del olvido por la tecnología— repiten su mensaje tradicional. Ellos fueron los que antaño nos recordaban los ciclos naturales. nos recordaban que los días se suceden ininterrumpidamente, nos recordaban que no tienen nombre propio. Nos recordaban que los ciclos son sólo una continua cadena de eslabones con números que se repiten una y otra vez. Unas hojas que se copian a sí mismas con más cuadraditos unas que otras. Y fuimos aprendiendo que los nombres identificatorios se lo colocamos nosotros. No sólo a los días también rebautizamos a los meses y a los años. Era una convención necesaria para ordenarnos.
Los días quedaban en nuestra memoria individualizados por acontecimientos públicos o privados. Individuales o colectivos. Era la huella que se registraba en nosotros y que luego al evocarlos, nos despertará melancolía, o alegría, o dolor. Un nacimiento, un regalo inesperado, un golpe, un reencuentro. Muchas personas meticulosas —u olvidadizas— dejaban marcado el casillero.
Y después supimos de otras convenciones. Por ejemplo el intento poético y político del calendario republicano francés, bautizando los meses con fenómenos naturales: Brumaire (de Bruma), germinal (de semilla), Fructidor (de fruta), y así hasta completar los 12.
Y luego se hicieron visibles otros. El lunar, calculando los años, no midiendo los ciclos del sol sino los de la luna. El mes se determina como el periodo comprendido entre los momentos en que la luna se halla en la misma fase. Son casi 29 días solares. Es el ritmo de la insobornable compañera de la tierra, y su influencia es tan grande sobre la vida terrestre que permitió y permite comprender regularidades en la naturaleza. Los ejemplos más evidentes son el ciclo sexual de las mujeres o las mareas.
Y seguimos con los calendarios babilonio, azteca, egipcio. Todos diferentes, todos iguales. Porque permitieron establecer ciclos, períodos repetitivos. Y se transformaron en una herramienta fundamental de comprensión de la Naturaleza y como actuar sobre ella. Se extendió su uso y se vistió de mitología y desembocó en religiones. Se impuso como el eterno retorno, hasta que lo reemplazó la flecha del tiempo de la modernidad.
Pero, es otoño. Palabra de origen incierto en la que se mezclan voces latinas, griegas y hasta etruscas. De sonoridad opaca siempre remite a la poesía. Imposible disociarlo de caminos cubiertos de hojas crocantes reposando en el suelo y diseminadas al azar empujadas por el viento. Días de brisas frescas que remontan al hálito de la vida, de la vigencia de la renovación. “Otoño“. En su raíz significa que llega la plenitud del año, basado en observar que la vegetación ya está en el final de su ciclo.
También se suele decir metafóricamente, que cuando las personas llegan a su madurez, que están en el otoño de sus vidas, que están en el punto más alto de la vida. Es el momento de convertirse en sabio, de transmitir sus conocimientos bañados con su experiencia. De administrar tiempos y recursos intelectuales, de edificar su legado, de señalizar su paso por el universo.
Y hoy es un amanecer otoñal. Momentos de reflexión profunda, de respiración acompañada, de equilibrio. Una salida del sol al ritmo de cantos gregorianos, salpicados por el piar de los pájaros, que además adornan el cielo ausente de nubes. Se convierte en una mañana de cafés prolongados buceando en interrogantes profundos. De esos que no necesitan respuestas, sino nuevas formas de preguntar. De esos que no requieren soluciones sino otros prismas para ver alrededor.
Es un día de apreciar el camino que se va recorriendo. De disfrutar el acompañamiento de la vida. De gozar con la velocidad del paso. De ser, pero por sobretodo de estar. Y saber que no es estar en uno mismo, sino en los demás, de ser imagen en cada espejo que nos rodea.
Y cada amanecer nos renueva el ciclo, no de la rutina, del asombro ante la maravilla de la belleza. De la renovación ininterrumpida. Ese es el espíritu de esta estación.
04/04/2013 Amanecer otoñal
Arranca el otoño. No se trata del otoño cronológico, no se refiere al establecido y aceptado del 21 de marzo. Este amanecer la Naturaleza —por fin— se cubrió de otoño, regó con su aroma y su melancolía todo lo que encontró a su paso. Impregnó el presente con su vigencia. Hoy es 14 de otoño y luego de una ardua batalla desalojó momentáneamente el verano.
Esta estación que despierta amores y rechazos, se va desperezando y aumentando su vigor. Esta vez se hizo rogar por muchos seguidores que ansiosos diariamente espiaban los almanaques de papel colgados de heladeras o paredes descaradas. Los pocos calendarios que subsisten —enviados al arcón del olvido por la tecnología— repiten su mensaje tradicional. Ellos fueron los que antaño nos recordaban los ciclos naturales. nos recordaban que los días se suceden ininterrumpidamente, nos recordaban que no tienen nombre propio. Nos recordaban que los ciclos son sólo una continua cadena de eslabones con números que se repiten una y otra vez. Unas hojas que se copian a sí mismas con más cuadraditos unas que otras. Y fuimos aprendiendo que los nombres identificatorios se lo colocamos nosotros. No sólo a los días también rebautizamos a los meses y a los años. Era una convención necesaria para ordenarnos.
Los días quedaban en nuestra memoria individualizados por acontecimientos públicos o privados. Individuales o colectivos. Era la huella que se registraba en nosotros y que luego al evocarlos, nos despertará melancolía, o alegría, o dolor. Un nacimiento, un regalo inesperado, un golpe, un reencuentro. Muchas personas meticulosas —u olvidadizas— dejaban marcado el casillero.
Y después supimos de otras convenciones. Por ejemplo el intento poético y político del calendario republicano francés, bautizando los meses con fenómenos naturales: Brumaire (de Bruma), germinal (de semilla), Fructidor (de fruta), y así hasta completar los 12.
Y luego se hicieron visibles otros. El lunar, calculando los años, no midiendo los ciclos del sol sino los de la luna. El mes se determina como el periodo comprendido entre los momentos en que la luna se halla en la misma fase. Son casi 29 días solares. Es el ritmo de la insobornable compañera de la tierra, y su influencia es tan grande sobre la vida terrestre que permitió y permite comprender regularidades en la naturaleza. Los ejemplos más evidentes son el ciclo sexual de las mujeres o las mareas.
Y seguimos con los calendarios babilonio, azteca, egipcio. Todos diferentes, todos iguales. Porque permitieron establecer ciclos, períodos repetitivos. Y se transformaron en una herramienta fundamental de comprensión de la Naturaleza y como actuar sobre ella. Se extendió su uso y se vistió de mitología y desembocó en religiones. Se impuso como el eterno retorno, hasta que lo reemplazó la flecha del tiempo de la modernidad.
Pero, es otoño. Palabra de origen incierto en la que se mezclan voces latinas, griegas y hasta etruscas. De sonoridad opaca siempre remite a la poesía. Imposible disociarlo de caminos cubiertos de hojas crocantes reposando en el suelo y diseminadas al azar empujadas por el viento. Días de brisas frescas que remontan al hálito de la vida, de la vigencia de la renovación. “Otoño“. En su raíz significa que llega la plenitud del año, basado en observar que la vegetación ya está en el final de su ciclo.
También se suele decir metafóricamente, que cuando las personas llegan a su madurez, que están en el otoño de sus vidas, que están en el punto más alto de la vida. Es el momento de convertirse en sabio, de transmitir sus conocimientos bañados con su experiencia. De administrar tiempos y recursos intelectuales, de edificar su legado, de señalizar su paso por el universo.
Y hoy es un amanecer otoñal. Momentos de reflexión profunda, de respiración acompañada, de equilibrio. Una salida del sol al ritmo de cantos gregorianos, salpicados por el piar de los pájaros, que además adornan el cielo ausente de nubes. Se convierte en una mañana de cafés prolongados buceando en interrogantes profundos. De esos que no necesitan respuestas, sino nuevas formas de preguntar. De esos que no requieren soluciones sino otros prismas para ver alrededor.
Es un día de apreciar el camino que se va recorriendo. De disfrutar el acompañamiento de la vida. De gozar con la velocidad del paso. De ser, pero por sobretodo de estar. Y saber que no es estar en uno mismo, sino en los demás, de ser imagen en cada espejo que nos rodea.
Y cada amanecer nos renueva el ciclo, no de la rutina, del asombro ante la maravilla de la belleza. De la renovación ininterrumpida. Ese es el espíritu de esta estación.
04/04/2013 Amanecer otoñal
Arranca el otoño. No se trata del otoño cronológico, no se refiere al establecido y aceptado del 21 de marzo. Este amanecer la Naturaleza —por fin— se cubrió de otoño, regó con su aroma y su melancolía todo lo que encontró a su paso. Impregnó el presente con su vigencia. Hoy es 14 de otoño y luego de una ardua batalla desalojó momentáneamente el verano.
Esta estación que despierta amores y rechazos, se va desperezando y aumentando su vigor. Esta vez se hizo rogar por muchos seguidores que ansiosos diariamente espiaban los almanaques de papel colgados de heladeras o paredes descaradas. Los pocos calendarios que subsisten —enviados al arcón del olvido por la tecnología— repiten su mensaje tradicional. Ellos fueron los que antaño nos recordaban los ciclos naturales. nos recordaban que los días se suceden ininterrumpidamente, nos recordaban que no tienen nombre propio. Nos recordaban que los ciclos son sólo una continua cadena de eslabones con números que se repiten una y otra vez. Unas hojas que se copian a sí mismas con más cuadraditos unas que otras. Y fuimos aprendiendo que los nombres identificatorios se lo colocamos nosotros. No sólo a los días también rebautizamos a los meses y a los años. Era una convención necesaria para ordenarnos.
Los días quedaban en nuestra memoria individualizados por acontecimientos públicos o privados. Individuales o colectivos. Era la huella que se registraba en nosotros y que luego al evocarlos, nos despertará melancolía, o alegría, o dolor. Un nacimiento, un regalo inesperado, un golpe, un reencuentro. Muchas personas meticulosas —u olvidadizas— dejaban marcado el casillero.
Y después supimos de otras convenciones. Por ejemplo el intento poético y político del calendario republicano francés, bautizando los meses con fenómenos naturales: Brumaire (de Bruma), germinal (de semilla), Fructidor (de fruta), y así hasta completar los 12.
Y luego se hicieron visibles otros. El lunar, calculando los años, no midiendo los ciclos del sol sino los de la luna. El mes se determina como el periodo comprendido entre los momentos en que la luna se halla en la misma fase. Son casi 29 días solares. Es el ritmo de la insobornable compañera de la tierra, y su influencia es tan grande sobre la vida terrestre que permitió y permite comprender regularidades en la naturaleza. Los ejemplos más evidentes son el ciclo sexual de las mujeres o las mareas.
Y seguimos con los calendarios babilonio, azteca, egipcio. Todos diferentes, todos iguales. Porque permitieron establecer ciclos, períodos repetitivos. Y se transformaron en una herramienta fundamental de comprensión de la Naturaleza y como actuar sobre ella. Se extendió su uso y se vistió de mitología y desembocó en religiones. Se impuso como el eterno retorno, hasta que lo reemplazó la flecha del tiempo de la modernidad.
Pero, es otoño. Palabra de origen incierto en la que se mezclan voces latinas, griegas y hasta etruscas. De sonoridad opaca siempre remite a la poesía. Imposible disociarlo de caminos cubiertos de hojas crocantes reposando en el suelo y diseminadas al azar empujadas por el viento. Días de brisas frescas que remontan al hálito de la vida, de la vigencia de la renovación. “Otoño“. En su raíz significa que llega la plenitud del año, basado en observar que la vegetación ya está en el final de su ciclo.
También se suele decir metafóricamente, que cuando las personas llegan a su madurez, que están en el otoño de sus vidas, que están en el punto más alto de la vida. Es el momento de convertirse en sabio, de transmitir sus conocimientos bañados con su experiencia. De administrar tiempos y recursos intelectuales, de edificar su legado, de señalizar su paso por el universo.
Y hoy es un amanecer otoñal. Momentos de reflexión profunda, de respiración acompañada, de equilibrio. Una salida del sol al ritmo de cantos gregorianos, salpicados por el piar de los pájaros, que además adornan el cielo ausente de nubes. Se convierte en una mañana de cafés prolongados buceando en interrogantes profundos. De esos que no necesitan respuestas, sino nuevas formas de preguntar. De esos que no requieren soluciones sino otros prismas para ver alrededor.
Es un día de apreciar el camino que se va recorriendo. De disfrutar el acompañamiento de la vida. De gozar con la velocidad del paso. De ser, pero por sobretodo de estar. Y saber que no es estar en uno mismo, sino en los demás, de ser imagen en cada espejo que nos rodea.
Y cada amanecer nos renueva el ciclo, no de la rutina, del asombro ante la maravilla de la belleza. De la renovación ininterrumpida. Ese es el espíritu de esta estación.
04/04/2013 Amanecer otoñal
Arranca el otoño. No se trata del otoño cronológico, no se refiere al establecido y aceptado del 21 de marzo. Este amanecer la Naturaleza —por fin— se cubrió de otoño, regó con su aroma y su melancolía todo lo que encontró a su paso. Impregnó el presente con su vigencia. Hoy es 14 de otoño y luego de una ardua batalla desalojó momentáneamente el verano.
Esta estación que despierta amores y rechazos, se va desperezando y aumentando su vigor. Esta vez se hizo rogar por muchos seguidores que ansiosos diariamente espiaban los almanaques de papel colgados de heladeras o paredes descaradas. Los pocos calendarios que subsisten —enviados al arcón del olvido por la tecnología— repiten su mensaje tradicional. Ellos fueron los que antaño nos recordaban los ciclos naturales. nos recordaban que los días se suceden ininterrumpidamente, nos recordaban que no tienen nombre propio. Nos recordaban que los ciclos son sólo una continua cadena de eslabones con números que se repiten una y otra vez. Unas hojas que se copian a sí mismas con más cuadraditos unas que otras. Y fuimos aprendiendo que los nombres identificatorios se lo colocamos nosotros. No sólo a los días también rebautizamos a los meses y a los años. Era una convención necesaria para ordenarnos.
Los días quedaban en nuestra memoria individualizados por acontecimientos públicos o privados. Individuales o colectivos. Era la huella que se registraba en nosotros y que luego al evocarlos, nos despertará melancolía, o alegría, o dolor. Un nacimiento, un regalo inesperado, un golpe, un reencuentro. Muchas personas meticulosas —u olvidadizas— dejaban marcado el casillero.
Y después supimos de otras convenciones. Por ejemplo el intento poético y político del calendario republicano francés, bautizando los meses con fenómenos naturales: Brumaire (de Bruma), germinal (de semilla), Fructidor (de fruta), y así hasta completar los 12.
Y luego se hicieron visibles otros. El lunar, calculando los años, no midiendo los ciclos del sol sino los de la luna. El mes se determina como el periodo comprendido entre los momentos en que la luna se halla en la misma fase. Son casi 29 días solares. Es el ritmo de la insobornable compañera de la tierra, y su influencia es tan grande sobre la vida terrestre que permitió y permite comprender regularidades en la naturaleza. Los ejemplos más evidentes son el ciclo sexual de las mujeres o las mareas.
Y seguimos con los calendarios babilonio, azteca, egipcio. Todos diferentes, todos iguales. Porque permitieron establecer ciclos, períodos repetitivos. Y se transformaron en una herramienta fundamental de comprensión de la Naturaleza y como actuar sobre ella. Se extendió su uso y se vistió de mitología y desembocó en religiones. Se impuso como el eterno retorno, hasta que lo reemplazó la flecha del tiempo de la modernidad.
Pero, es otoño. Palabra de origen incierto en la que se mezclan voces latinas, griegas y hasta etruscas. De sonoridad opaca siempre remite a la poesía. Imposible disociarlo de caminos cubiertos de hojas crocantes reposando en el suelo y diseminadas al azar empujadas por el viento. Días de brisas frescas que remontan al hálito de la vida, de la vigencia de la renovación. “Otoño“. En su raíz significa que llega la plenitud del año, basado en observar que la vegetación ya está en el final de su ciclo.
También se suele decir metafóricamente, que cuando las personas llegan a su madurez, que están en el otoño de sus vidas, que están en el punto más alto de la vida. Es el momento de convertirse en sabio, de transmitir sus conocimientos bañados con su experiencia. De administrar tiempos y recursos intelectuales, de edificar su legado, de señalizar su paso por el universo.
Y hoy es un amanecer otoñal. Momentos de reflexión profunda, de respiración acompañada, de equilibrio. Una salida del sol al ritmo de cantos gregorianos, salpicados por el piar de los pájaros, que además adornan el cielo ausente de nubes. Se convierte en una mañana de cafés prolongados buceando en interrogantes profundos. De esos que no necesitan respuestas, sino nuevas formas de preguntar. De esos que no requieren soluciones sino otros prismas para ver alrededor.
Es un día de apreciar el camino que se va recorriendo. De disfrutar el acompañamiento de la vida. De gozar con la velocidad del paso. De ser, pero por sobretodo de estar. Y saber que no es estar en uno mismo, sino en los demás, de ser imagen en cada espejo que nos rodea.
Y cada amanecer nos renueva el ciclo, no de la rutina, del asombro ante la maravilla de la belleza. De la renovación ininterrumpida. Ese es el espíritu de esta estación.
04/04/2013 Amanecer otoñal
Arranca el otoño. No se trata del otoño cronológico, no se refiere al establecido y aceptado del 21 de marzo. Este amanecer la Naturaleza —por fin— se cubrió de otoño, regó con su aroma y su melancolía todo lo que encontró a su paso. Impregnó el presente con su vigencia. Hoy es 14 de otoño y luego de una ardua batalla desalojó momentáneamente el verano.
Esta estación que despierta amores y rechazos, se va desperezando y aumentando su vigor. Esta vez se hizo rogar por muchos seguidores que ansiosos diariamente espiaban los almanaques de papel colgados de heladeras o paredes descaradas. Los pocos calendarios que subsisten —enviados al arcón del olvido por la tecnología— repiten su mensaje tradicional. Ellos fueron los que antaño nos recordaban los ciclos naturales. nos recordaban que los días se suceden ininterrumpidamente, nos recordaban que no tienen nombre propio. Nos recordaban que los ciclos son sólo una continua cadena de eslabones con números que se repiten una y otra vez. Unas hojas que se copian a sí mismas con más cuadraditos unas que otras. Y fuimos aprendiendo que los nombres identificatorios se lo colocamos nosotros. No sólo a los días también rebautizamos a los meses y a los años. Era una convención necesaria para ordenarnos.
Los días quedaban en nuestra memoria individualizados por acontecimientos públicos o privados. Individuales o colectivos. Era la huella que se registraba en nosotros y que luego al evocarlos, nos despertará melancolía, o alegría, o dolor. Un nacimiento, un regalo inesperado, un golpe, un reencuentro. Muchas personas meticulosas —u olvidadizas— dejaban marcado el casillero.
Y después supimos de otras convenciones. Por ejemplo el intento poético y político del calendario republicano francés, bautizando los meses con fenómenos naturales: Brumaire (de Bruma), germinal (de semilla), Fructidor (de fruta), y así hasta completar los 12.
Y luego se hicieron visibles otros. El lunar, calculando los años, no midiendo los ciclos del sol sino los de la luna. El mes se determina como el periodo comprendido entre los momentos en que la luna se halla en la misma fase. Son casi 29 días solares. Es el ritmo de la insobornable compañera de la tierra, y su influencia es tan grande sobre la vida terrestre que permitió y permite comprender regularidades en la naturaleza. Los ejemplos más evidentes son el ciclo sexual de las mujeres o las mareas.
Y seguimos con los calendarios babilonio, azteca, egipcio. Todos diferentes, todos iguales. Porque permitieron establecer ciclos, períodos repetitivos. Y se transformaron en una herramienta fundamental de comprensión de la Naturaleza y como actuar sobre ella. Se extendió su uso y se vistió de mitología y desembocó en religiones. Se impuso como el eterno retorno, hasta que lo reemplazó la flecha del tiempo de la modernidad.
Pero, es otoño. Palabra de origen incierto en la que se mezclan voces latinas, griegas y hasta etruscas. De sonoridad opaca siempre remite a la poesía. Imposible disociarlo de caminos cubiertos de hojas crocantes reposando en el suelo y diseminadas al azar empujadas por el viento. Días de brisas frescas que remontan al hálito de la vida, de la vigencia de la renovación. “Otoño“. En su raíz significa que llega la plenitud del año, basado en observar que la vegetación ya está en el final de su ciclo.
También se suele decir metafóricamente, que cuando las personas llegan a su madurez, que están en el otoño de sus vidas, que están en el punto más alto de la vida. Es el momento de convertirse en sabio, de transmitir sus conocimientos bañados con su experiencia. De administrar tiempos y recursos intelectuales, de edificar su legado, de señalizar su paso por el universo.
Y hoy es un amanecer otoñal. Momentos de reflexión profunda, de respiración acompañada, de equilibrio. Una salida del sol al ritmo de cantos gregorianos, salpicados por el piar de los pájaros, que además adornan el cielo ausente de nubes. Se convierte en una mañana de cafés prolongados buceando en interrogantes profundos. De esos que no necesitan respuestas, sino nuevas formas de preguntar. De esos que no requieren soluciones sino otros prismas para ver alrededor.
Es un día de apreciar el camino que se va recorriendo. De disfrutar el acompañamiento de la vida. De gozar con la velocidad del paso. De ser, pero por sobretodo de estar. Y saber que no es estar en uno mismo, sino en los demás, de ser imagen en cada espejo que nos rodea.
Y cada amanecer nos renueva el ciclo, no de la rutina, del asombro ante la maravilla de la belleza. De la renovación ininterrumpida. Ese es el espíritu de esta estación.
04/04/2013 Amanecer otoñal
Arranca el otoño. No se trata del otoño cronológico, no se refiere al establecido y aceptado del 21 de marzo. Este amanecer la Naturaleza —por fin— se cubrió de otoño, regó con su aroma y su melancolía todo lo que encontró a su paso. Impregnó el presente con su vigencia. Hoy es 14 de otoño y luego de una ardua batalla desalojó momentáneamente el verano.
Esta estación que despierta amores y rechazos, se va desperezando y aumentando su vigor. Esta vez se hizo rogar por muchos seguidores que ansiosos diariamente espiaban los almanaques de papel colgados de heladeras o paredes descaradas. Los pocos calendarios que subsisten —enviados al arcón del olvido por la tecnología— repiten su mensaje tradicional. Ellos fueron los que antaño nos recordaban los ciclos naturales. nos recordaban que los días se suceden ininterrumpidamente, nos recordaban que no tienen nombre propio. Nos recordaban que los ciclos son sólo una continua cadena de eslabones con números que se repiten una y otra vez. Unas hojas que se copian a sí mismas con más cuadraditos unas que otras. Y fuimos aprendiendo que los nombres identificatorios se lo colocamos nosotros. No sólo a los días también rebautizamos a los meses y a los años. Era una convención necesaria para ordenarnos.
Los días quedaban en nuestra memoria individualizados por acontecimientos públicos o privados. Individuales o colectivos. Era la huella que se registraba en nosotros y que luego al evocarlos, nos despertará melancolía, o alegría, o dolor. Un nacimiento, un regalo inesperado, un golpe, un reencuentro. Muchas personas meticulosas —u olvidadizas— dejaban marcado el casillero.
Y después supimos de otras convenciones. Por ejemplo el intento poético y político del calendario republicano francés, bautizando los meses con fenómenos naturales: Brumaire (de Bruma), germinal (de semilla), Fructidor (de fruta), y así hasta completar los 12.
Y luego se hicieron visibles otros. El lunar, calculando los años, no midiendo los ciclos del sol sino los de la luna. El mes se determina como el periodo comprendido entre los momentos en que la luna se halla en la misma fase. Son casi 29 días solares. Es el ritmo de la insobornable compañera de la tierra, y su influencia es tan grande sobre la vida terrestre que permitió y permite comprender regularidades en la naturaleza. Los ejemplos más evidentes son el ciclo sexual de las mujeres o las mareas.
Y seguimos con los calendarios babilonio, azteca, egipcio. Todos diferentes, todos iguales. Porque permitieron establecer ciclos, períodos repetitivos. Y se transformaron en una herramienta fundamental de comprensión de la Naturaleza y como actuar sobre ella. Se extendió su uso y se vistió de mitología y desembocó en religiones. Se impuso como el eterno retorno, hasta que lo reemplazó la flecha del tiempo de la modernidad.
Pero, es otoño. Palabra de origen incierto en la que se mezclan voces latinas, griegas y hasta etruscas. De sonoridad opaca siempre remite a la poesía. Imposible disociarlo de caminos cubiertos de hojas crocantes reposando en el suelo y diseminadas al azar empujadas por el viento. Días de brisas frescas que remontan al hálito de la vida, de la vigencia de la renovación. “Otoño“. En su raíz significa que llega la plenitud del año, basado en observar que la vegetación ya está en el final de su ciclo.
También se suele decir metafóricamente, que cuando las personas llegan a su madurez, que están en el otoño de sus vidas, que están en el punto más alto de la vida. Es el momento de convertirse en sabio, de transmitir sus conocimientos bañados con su experiencia. De administrar tiempos y recursos intelectuales, de edificar su legado, de señalizar su paso por el universo.
Y hoy es un amanecer otoñal. Momentos de reflexión profunda, de respiración acompañada, de equilibrio. Una salida del sol al ritmo de cantos gregorianos, salpicados por el piar de los pájaros, que además adornan el cielo ausente de nubes. Se convierte en una mañana de cafés prolongados buceando en interrogantes profundos. De esos que no necesitan respuestas, sino nuevas formas de preguntar. De esos que no requieren soluciones sino otros prismas para ver alrededor.
Es un día de apreciar el camino que se va recorriendo. De disfrutar el acompañamiento de la vida. De gozar con la velocidad del paso. De ser, pero por sobretodo de estar. Y saber que no es estar en uno mismo, sino en los demás, de ser imagen en cada espejo que nos rodea.
Y cada amanecer nos renueva el ciclo, no de la rutina, del asombro ante la maravilla de la belleza. De la renovación ininterrumpida. Ese es el espíritu de esta estación.