La prioridad consensuada es retomar la normalidad, lograr que lo cotidiano vuelva a ocupar su lugar, que la rutina imponga su ritmo. Es imperativo que todos reconozcan su lugar en el mundo, restablezcan comunicación con sus recuerdos, sus esperanzas. La flecha del tiempo sigue vigente; el mito del eterno retorno queda como un modelo suspendido y agazapado y sin prisa aguarda que periódicamente lo desempolven y lo tengan en cuenta.
Las brujas —estuvieron desorientadas y extraviadas durante los últimos acontecimientos revocados por la luna— encontraron su hogar —por supuesto que lo tienen— que en realidad son dos. El primero es el oficial, el que delimita el territorio sometido a leyes provenientes del ocultismo y las tradiciones ancestrales. Por lo general está ubicada discretamente en un claro silencioso al borde del bosque, lejos de miradas indiscretas y curiosas. Es la construcción visible. La insospechada, la fachada.
El segundo hogar es el más importante, está camuflado tras una pared dentro de la casa que se desliza hacia los costados en base a conjuros personales y secretos. Son textos recitados de memoria —aún nadie se animó a escribirlos— compuestos por palabras de difícil pronunciación en un idioma desconocido por la mayoría, de gramática indescifrable, que ata a sonidos dispersos en nudos marinos de varias vueltas.
Tras los ladrillos de las paredes virtuales, como un tul que asoma desde el averno, se encuentra la escenografía adaptada a las características de las actividades de brujas solitarias. En todas se repite la misma escena. Una disposición de muebles y elementos de trabajo heredados de la primera hechicera, de la original. Cómo si se pasara de generación en generación, junto con las habilidades propias de su oficio, un manual de instrucciones, una guía detallada de conductas.
Siempre hay un caldero con fuego activo bajo su panza abovedada, manteniendo líquidos a punto de hervor. El aire impregnado de una suave fragancia de alas de murciélagos y escamas de salamandras. Un aroma persistente altera los sentidos y rescata recuerdos de cavernas lúgubres enterradas en profundidades y prisioneras de rocas inmóviles que aseguran su inaccesibilidad.
Una pared descascarada de la que cuelgan: recetas garabateadas con carbón mineral, listas de sortilegios pendientes y una enumeración de elementos faltantes e imprescindibles. Hay dibujos esbozados de ideogramas ocultos representando pócimas extrañas y hechizos que no deben olvidarse. Descuidada en un estante descansa una bola de cristal que nunca funcionó —una bruja no se considera cómo tal si no tiene una—. Junto a las raíces de plantas indescifrables se advierte una varita mágica. Disimulado entre amuletos se distingue un botón para emitir estrellitas blanquecinas que danzan circularmente, una linterna rayo láser que perfora oscuridades y permite ver los caminos vedados a la cartografía humana, una bocina de bramido que irrumpe desde cloacas y ríos subterráneos. Cada bruja tiene asignada una frecuencia especial.
Distribuidos sin orden se encuentran en la pieza secreta varios elementos de uso continúo. Entre ellos un espejo —no es mágico, la tecnología ha introducido novedades y cambiado costumbres— colgado de un clavo de herradura. Con solo posar los ojos en el borde superior se enciende. Con un parpadeo comienza la secuencia de fotos de posibles rostros futuros y otros ya conocidos y pasados. Siempre con una constante: el brillo de los ojos, la sonrisa congelada, el aura de misterio. Invita al que observa a preguntarse por los destinos individuales inalcanzables, por las metas desechadas y relegadas.
Si los ojos se dirigen al borde inferior brillarán escenas de aquelarres inolvidables, de faunos compañeros de aventuras nocturnas. En su lado izquierdo están registradas e identificadas con fotos deslucidas las víctimas de embrujos provocadas por tareas encomendadas por celosos empedernidos, egoístas insufribles, envidiosos consuetudinarios, ambiciosos persistentes, resentidos sin fondo.
Pero el lado derecho es el preferido por ellas y al que mantienen alejado de miradas indiscretas y espíritus curiosos. Son sus enamorados, aquellos que las hicieron vibrar y que pusieron en peligro su oficio. Son las imágenes de personas a las cuales ayudaron sin recibir salario ni paga. Su única recompensa en esas tareas fue la felicidad, aunque pasajera. Su precio: las lágrimas de emoción empalideciendo gestos de mal humor, una sonrisa imposible de capturar, un estremecimiento recorriendo su cuerpo y despertando lo mucho de amor enterrado por creencias, embrujos. Son consecuencias inevitables de su oficio tan denigrado como necesario.
Solitario en un rincón escaso de luz un búho mantiene los ojos desorbitados fijos en un espacio inexistente. Es el único cómplice confiable de correrías inenarrables de las brujas. De cabeza inquieta, capaz de giros imposibles, de mirada tan inquisidora como inexpresiva, de voz de tonos graves rebotando contra telarañas. Además hay lugar en el inventario para brújulas destartaladas, astrolabios inciertos, catalejos sin vidrios que ellas nunca aprendieron a utilizar.
En un rincón privilegiado, apoyada con descuido en la pared más importante y a mano su bien más preciado: la escoba individual, integrada a su personalidad. Vehículo liberador de tensiones angustiantes. Con el mango adaptado a su cabalgar, sintonizado con la frecuencia de sus manos, con la presión de sus dedos que lo rodean y lo miman. Un vehículo con vida propia, domado en sus bríos con voces amables y cariñosas, es la síntesis edulcorada de dragones antiguos.
Montadas sobre las escobas se sienten ellas. Se liberan atravesando nubes bajas con su sombrero puntiagudo negro que termina en un vértice achatado, dejan que las corrientes generadas en subterráneos fétidos las conduzcan hacia las alturas, que los hilos plateados escapados de la luna trencen a su alrededor túneles a ser recorridos gritando el vértigo; Cómo una montaña rusa esculpida en el aire.
Las brujas asustan. Persiguen a caminantes solitarios, espían a enamorados bajo los árboles y les susurran palabras de pasión u odio o desconfianza (Depende de su humor, según el clima, según su ánimo). Cazan, para preparar sus brebajes, mariposas negras fileteadas de ausencias, murciélagos mudos de vuelos zigzagueantes, salamandras alargadas de patas lastimadas, arañas indefensas de porte amenazante. Rastrean en sus vuelos sin planificar por poblados ingenuos pesadillas errabundas, sueños intranquilos, esperanzas desechadas. Los van acumulando en bolsas sin fondos colgadas de muescas talladas en el mango.
Parten con cara feroz y retornan con la felicidad arrastrada por la estela.Y esconden en sus almas sus amores, sus momentos distraídos de enamoradas extraviadas.