01/03/2013 Restableciendo ciclos

Hoy el comienzo del día es diferente. Arranca con el crepúsculo y crece hasta el amanecer, o unos minutos más tarde. Debido al desequilibrio generado por la luna, en su necesidad de rebeldía momentánea y espontánea de las últimas horas, el consejo de sabios debió asumir sus responsabilidades y adoptar pequeñas medidas correctivas. Ellos detectaron perturbaciones que podían influir negativamente en la armonía del espacio local y afectar profundamente las relaciones concebidas hace eones y alimentadas y custodiadas pacientemente por ellos desde entonces.

Fue una tarea ciclópea la de identificar una a una cada perturbación desatada, luego ponderar su influencia y proyectar hacia el futuro las posibles consecuencias. Porque durante la duración del suceso existieron variables que se salieron de control y debieron hurgar en libros muy antiguos —de hojas enrolladas y con anotaciones marginales en diferentes dialectos y tipografías—  buscando antecedentes y soluciones permanentes.

Debatieron en silencio, reflexionaron en voz alta, propusieron hechizos que nunca habían experimentado, trataron de conjurar fórmulas mágicas en idiomas ancestrales ya olvidados y que se resistían a toda pronunciación conocida. De esta manera fueron obteniendo bálsamos sanadores, remedios sin participación de hierbas, recurrieron a esencias obtenidas en profundos túneles cavados y olvidados por enanos tozudos.

Y como directores de orquestas satisfechos de la armonía lograda entre los intérpretes seleccionados cuidadosamente, se dispusieron a monitorear la implementación de la solución diseñada. Le suministraron energía extra a la luna que se transformó en una túnica rojiza, enredada en sus bordes y que provocaba la ilusión de querer tragarse las estrellas cercanas y descuidadas. La luna avanzó desde el horizonte y se estacionó apenas sobre él. Inmediatamente atrajo miradas de curiosidad, estupor y en algunas almas que se sentían culpables de nada, miedo. 

Y los filtros de la mente —que evitan ver, ignorar las cosas que provocan dolor o displacer—  eran burlados entonces eres posible observar sucesos extraordinarios, fuera de lo normal. Brujas en escobas silenciosas recorrían los bordes jugando que eran toboganes circulares sin principio ni fin. Se lanzaban desde trampolines colgados de los cráteres y se deslizaban con los ojos cerrados dibujando pistas de polvo removido. Eran las que quedaron olvidadas en aquelarres modestos, en fiestas compartidas con ninfas y faunos. Atrapadas entre sinfonías agotadoras ejecutadas por un Dionisio exuberante. Traviesas cambiaron escobas por grifos y asustaron a gambusinos concentrados en su búsqueda de oro. Se sabe que ellos defienden a las minas de oro de los depredadores de objetos valiosos.   

Alguna se atrevió a interrumpir la tertulia entre el Buey Apis y el Minotauro que se celebraba sobre una mesa de árboles hachados por rayos impiadosos arrojados con saña por nubes nerviosas.

Y las estrellas trazaron en el cielo los senderos que conducían a sus moradas. Extraviadas, perdidas, algunas asustadas. Nunca aprendieron a leer brújulas o rosas de los vientos, ni a interpretar mapas, ni a señalizar como Hansel y Gretel. Siguieron las luces por calles desiertas perdidas en lo profundo de bosques hostiles. Sortearon cadenas montañosas utilizando desfiladeros angostos y sinuosos, se montaron a horcajadas de olas circulares para llegar a costas de arenas extrañadas.

Y con ellas se fueron a reposar embrujos, hechizos, brebajes, encantamientos usados sin contemplaciones. Los sueños retornaron a sus dueños. Dejaron de ser alterados y sobresaltados. Dejaron de sufrir interrupciones insólitas. Se sintieron vulnerables, ultrajados, violentados. Recobraron su sosiego. Y espectros de cantos lúgubres abandonaron las plazas en busca de refugio. Y las sombras titilantes —que no eran proyectados por la luz sino por oscuridades más densas—  abandonaron construcciones incipientes y palacios derruidos. Y el séquito surgido de los misterios órficos y de Osiris retornaron a sus castillos de pesadillas. Relegados, condenados a pasar desapercibidos. Solo la luna cómplice cada tanto les permite y posibilita expresarse y exteriorizarse.

Y las manos hábiles de las tejedoras de la vida, retomaron su tarea. Siguieron creando la trama invisible con los rayos blanquecinos de la luna desapasionada. Se entretuvieron en nuevos diseños, nuevas combinaciones, su brújula se orientó al futuro relegando al pasado. Decidieron utilizar colores para disimular repeticiones, para evitar críticas mordaces después de la interrupción fáunica.

Antes del amanecer, nubes pudorosas ocuparon el cielo. Altas, dibujando escalones ascendentes que se perdían en otros escalones, pertenecientes a escaleras que se enrollaban entre sí, semejantes a un cordel trenzado. Ocultaron las tareas de reordenamiento.  Disimularon retrasos y enmascararon restos de orgias traviesas e inocentes de seres nocturnos. Recorrieron veloces el cielo sorprendido, distrajeron a los residentes de ciudades todavía sin respuestas, evitaron que se dieran cuenta de la falta de energía del sol, del agotamiento de la luna. Lograron que el amanecer pasara desapercibido. Que pocos notarán lo singular de los últimos días. Porque el ciclo continúa, se renueva. Y todos participamos.   

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